Eclesiástico 6, 5-17; Sal 118, 12. 16. 18. 27. 34. 35; san Marcos 10, 1-12

Entramos hoy en un pasaje de la vida del Señor en el que una vez más podemos oír de su propia boca lo que Dios quiere y lo que no quiere en relación al matrimonio. Se trata del conocido pasaje de Marcos 10, desde el versículo 1 hasta el 12. Le van a preguntar al Señor si “le es licito a un hombre divorciarse de su mujer”. Después de la pregunta, el Señor trata de reconducir el diálogo del tal manera que hallen respondida su pregunta; y termina diciendo con toda claridad, lo que ya conocemos: “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

Aunque al final aún añade el Señor más cosas que acrecientan la claridad de lo que el hombre no debe hacer con su cónyuge, quisiera ahora que nos detuviéramos en dos consideraciones.

La primera es que en este tema, hay, a día de hoy, y de forma, clara dos posturas. Consideramos primero la de los que admiten el divorcio.

Partidarios del divorcio los encontramos en muchos países, y dicen que se pueden divorciar el hombre y la mujer, según se den estas o aquellas circunstancias; también habría un tiempo de separación de ambos cónyuges antes del divorcio, que, según ordenamientos jurídicos, en unos países sería mayor y, en otros menor (entre paréntesis, habría que decir que ciertamente, siempre es bueno, dejar pasar tiempo, como una medida de prudencia, ya que como sabemos, no sólo entre matrimonios, sino entre amigos, y, en general cuando se dan relaciones humanas, ocurre que a veces uno se enfada y podría cometer cualquier barbaridad “de modo definitivo”, pero que si deja pasar un poco de tiempo, luego, todo se arregla).

Y, por otra parte, están los que piensan que el divorcio no debe llevarse a cabo. Pero en este segundo caso, los que así “opinan” dicen además, que si uno se divorcia y se casa con otro (no estamos hablando de separarse que a veces, puede ser hasta aconsejable y necesario), está haciendo algo mal. Que está haciendo lo que se conoce con el nombre de “pecado”. Y si está viviendo con otra persona que no es su cónyuge, está viviendo en una relación no querida por Dios y por tanto debe de salir de esa situación lo antes posible.

Dadas las circunstancias tan graves por las que estamos atravesando en el mundo en relación con este tema del divorcio, añadiré al ver tantas personas desorientadas, con el deseo de querer ser imitadores de Jesús, que el Señor habla con toda claridad, que quien muriera así, viviendo con otra persona estando divorciado, no podrá entrar en la gloria de Dios, o dicho de otro modo, que sé que no es “políticamente correcto”: iría al infierno si no se arrepiente, siquiera en el último momento. Cosa que nadie lo sabrá sino sólo Dios, porque nosotros no debemos juzgar a nadie.

Como se ve, yendo a la esencia del asunto, aquí hay una diferencia muy grande: unos dicen que uno puede divorciarse, pero que no pasa nada más, esto es, te divorcias o no; y otros, no sólo afirman que no se puede uno divorciar, sino que, como lo hagas estás haciendo algo muy mal y de graves consecuencias.

La conclusión sólo puede ser una: no pueden tener razón los dos, pues son dos posturas antagónicas que en orden a la Verdad, no pueden ser las dos verdaderas pues se contraponen entre sí. Como no tenemos más espacio para seguir profundizando, sólo diremos ahora que es mejor “opinar” como Jesucristo que dice -así lo leemos al final del Evangelio de la Misa de hoy- que “si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Si alguien tuviera dudas, es aconsejable junto a otras opiniones quizá interesantes, ponerse de parte de la “opinión” de Cristo.