san Pablo a los Corintios 8, 1-9; Sal 145, 2. 5-6. 7. 8-9a ; san Mateo 5, 43-48

Como cada gobierno lo primero que hace es una reforma educativa no sé si se sigue calificando con la nota “sobresaliente,” o tal vez se diga “progresa adecuadamente,” “mola mazo” o “se pasa.” Esto de no ser profesor te hace desconocer la terminología. Cuando estudiaba sí existía el sobresaliente, incluso se empezó a informatizar el boletín de notas. Quedaba mucho más bonito, te daba tu situación relativa respecto al resto de la clase, pero obligaba a los profesores a llevar siempre un librillo con las claves para rellenar las notas. A veces se cometían errores introduciendo las claves. A un compañero que sacaba todo sobresalientes le pusieron como advertencia a sus padres: “de seguir así su hijo repetirá curso.” Ya perdí de vista a este compañero, aunque creo que se lo tomó al pie de la letra y en la Universidad fue de fracaso en fracaso.
“Ya que sobresalís en todo; en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño, …” San Pablo habla así a los Corintios para comprobar si su “caridad es genuina.” Si tenemos que hacer una prueba para comprobar nuestra fe, esa será la de la caridad. ¿Qué más daría que supiésemos toda la doctrina de San Nepomuceno, si no vivimos la caridad?. Si los cristianos tenemos que sobresalir en algo (y un buen cristiano debe sobresalir en todo pues estamos llamados a “ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto,” la mediocridad no es humildad), debemos sobresalir sobre todo en la caridad.
“Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.” La caridad sólo se puede vivir desde la unión con Dios. Sólo Él es capaz de darnos la gracia para vivir amando a los enemigos. Sólo desde las horas que se pasan delante del Sagrario comprendemos el amor que Dios nos tiene y podemos vivirlo. No me creo esa “caridad” que se confunde con la filantropía, que no parte de Dios sino de reivindicaciones o estudios sociológicos. Los grandes maestros de la caridad han sido maestros de espiritualidad, de unión íntima con Dios. Cuando se descubre a Cristo crucificado se abandona toda “ideología” de la caridad, que algunos utilizan como arma arrojadiza los unos contra los otros, y se descubre la valía de todo hombre, hasta de los “enemigos.”
“Dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros.” Esto que hicieron las iglesias de Macedonia tendríamos que hacerlo cada uno de nosotros. Muchas veces se habla de las “riquezas” de la Iglesia, pero la única riqueza real de la Iglesia somos cada uno de los cristianos que intentamos, a veces a trancas y barrancas, vivir como Cristo. “Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.” Desde esa pobreza podremos vivir la auténtica caridad, la del que no se busca a sí mismo ni quiere reconocimiento ni gratificación. Como se vive en las buenas familias.
Juan Pablo II nos recordaba que en la vivencia de la caridad nos jugamos tanto como en la doctrina. Si tenemos que sacar sobresaliente en algo, y debemos procurarlo en todo, que sea en la caridad.
¿Cómo vivió la Virgen la caridad? Entregándose completamente a Dios. Podemos hacer lo mismo.