san Pablo a los Corintios 9, 6-11; Sal 111, 1-2. 3-4. 9; san Mateo 6, 1-6. 16-18

Hoy, que en Madrid se celebra la fiesta de la dedicación de la Iglesia Catedral, puede ser un buen momento para acercarse a contemplar la exposición sobre la Inmaculada que acoge en su interior. Para el comentario de hoy usaré las lecturas del día de feria.
En un famoso concurso de televisión de hace ya unos cuantos años (las ediciones siguientes lo único que hicieron fue acortar las minifaldas a las secretarias y disminuir el ya bajo nivel cultural del mismo), los encargados de avisar de los errores que cometían los concursantes se llamaban los “super-tacañones.” No dejaban pasar una y con bocinas, campanas y todo tipo de artilugios ruidosos señalaban la equivocación. En la primera época de este concurso, los “super-tacañones” iban caracterizados de viejecitos de luengas barbas blancas (bueno, la televisión era en blanco y negro, al menos), y los concursantes lo que más temían era oír el sonido de sus bocinas y la recriminación posterior que dejaba patente su error.
“El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios.” Entre las muchas tacañerías que nos rodean -en la vida espiritual rezando “lo justo,” en la vida social dando “lo justo,” en la vida laboral trabajando “lo justo,” (el cálculo es fácil: “lo justo” es igual a “lo menos posible”)-, tal vez la tacañería más preocupante sea la tacañería familiar. Cuántos jóvenes matrimonios y novios conozco que calculan, con precisión milimétrica, si pueden tener uno o dos hijos, cuándo y de qué manera. Tendrían que sonar las bocinas de los “super-tacañones” cada vez que algunos se hicieran estos planteamientos. Un hijo no es solamente “un gasto.” Muchos calculan lo que les cuesta un hijo hasta que llegue a la Universidad, pero no piensan lo que les cuesta comprarse un DVD y los veinte euros semanales en alquilar películas.
Los hijos son un don, un regalo de Dios, y Dios bendice a los que no son tacaños en sus planteamientos familiares. “Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.” Hace unas semanas enterré a un padre de doce hijos, estoy convencido que desde el cielo se sentiría orgulloso de ver su “tesoro,” sus doce hijos y veintiocho nietos, unidos y rezando por él. Otros verán cómo, lo que aquí consideraban su “tesoro”, sirve para que no se hablen más los herederos y maldigan la memoria del difunto.
Hasta entre los propios cristianos se ha introducido ese espíritu de tacañería. Cuando un matrimonio tiene su cuarto hijo, en seguida comentan: ¡Será del Opus, o de los “kikos”!. Y los tildan de locos o de fanáticos.!. “Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.” Dios conoce bien los esfuerzos, desvelos y privaciones que hay que hacer para sacar adelante su familia y les recompensa. Creo que ninguno cambiaría su vida por tener unas vacaciones más lujosas, y a ninguno le gustaría que su hijo, al que le ha dado tantas cosas, le maltrate, le insulte, le abandone en la vejez, le deje morir solo, como tristemente veo cada más a menudo.
Tendrían que sonar por las calles las sirenas de los “super-tacañones”: si hay que favorecer la familia, que se hagan políticas familiares, de vivienda y laborales que faciliten el tener familia. Si hacemos una sociedad de tacaños lo más seguro es que perdamos en el concurso de la vida.
La Virgen María sólo tuvo un hijo, el que Dios quiso, al mismo Dios encarnado. Pero por su generosidad es madre de toda la familia humana y se desvela por cada uno de nosotros. Reina de las familias, cuida cada familia de todos tus hijos.