Génesis 23, 1-4. 19; 24, 1-8. 62-67; Sal 105, 1-2.; san Mateo 9, 9-13

El Evangelio de hoy recoge dos hechos importantes en pocos versículos. El primero, apenas ocupa un par de líneas: “vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: sígueme. Él se levantó y lo siguió”.

Realmente asombroso. Esta es una de las pruebas, podríamos decir secundarias o colaterales de la autenticidad de los Evangelios. Es decir, las cosas más impresionantes, por ejemplo ésta, en la que se nos narra la elección de un discípulo, y nada menos que la de San Mateo, autor de uno de los Evangelios, queda reflejado sin más profusión. Se está hablando de la elección de un apóstol y se hace sin afectación, vanidad, o solemnidades ampulosas. Y lo mismo podríamos decir de la elección de los otros apóstoles; o de los milagros. ¿Os imagináis que algún hombre hiciera las cosas que hacía Él? ¡Qué importancia se daría! ¡Cuántas músicas sonarían! ¿os acordáis de aquel hombre que fue a echar limosna, al parecer abundante, y antes de hacerlo, para que todo el mundo le viera, echó las monedas desde alto de modo que empezaron a sonar por el gazofilacio con gran estruendo para que todo el mundo viera cuánto daba y ¡qué generoso era! (En realidad era un vanidoso, claro)

En cambio el Señor, ya veis: discreción y naturalidad, querer ayudar a los demás, quitarles penas, consolar, alegrar y, desde luego nada que ver, lo qué Él hacía con cualquier otra cosa que pudiéramos hacer nosotros aunque fuera muy grande. ¡Qué ejemplo de humildad! ¿Recordáis?, en una boda convierte el agua en vino, ¡un montón de tinajas! Y como si nada. El Evangelio nos da a entender que ni el novio se enteró (quizá después).

Aunque podríamos ir sacando consecuencias de tantos ejemplos de la vida del Señor, también nos fijamos en algo que hoy nos cuenta el Evangelio y que no es sino continuidad de esta enseñanza de la humildad del Señor.

Parece que van a casa precisamente de Mateo que es considerado como alguien “no bueno”, pues es recaudador de impuestos para los romanos (públicamente lo peor que se podría ser: el recaudador de Hacienda, diríamos hoy, el encargado de recoger el dinero pero, además, para dárselo a los romanos). Y, la gente, al ver que entra en casa de este recaudador de impuestos, se animan y entran y se sientan a la mesa con Él, deberían de ser los amigos de Mateo pues si no no entrarían a sentarse a su mesa: “estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos”.

Algo realmente sorprendente: ver al Señor -que todo el mundo sabía que era muy bueno y sin sombra de pecado- rodeado de un cortejo de “publicanos y pecadores”; era algo tan insólito que “los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: “¿Cómo es que vuestro maestro coma con publicanos y pecadores?” Las personas importantes -y Jesús lo era- se rodean de gente “bien”, de gente que es considerada “políticamente correcta”, no con la gente, como hacía la Madre Teresa de Calcuta, con la gente pobre, “fea”, desechada por la sociedad.

Y la contestación del Señor es la que nos llena de esperanza y en la que vemos que Jesús nos quiere de verdad pues, les contesta así: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Aquí está nuestra esperanza, que nos ha venido a llamar a nosotros, a los pecadores, como le decimos también a la Virgen en el “Ave María”: “ruega por nosotros, pecadores”