Éxodo 14, 5-18; Ex 15, 1-2. 3-4. 5-6 ; san Mateo 12, 38-42

De vez en cuando es bueno revelar algún secretillo a nuestros lectores, que para eso son fieles seguidores diarios de lo que en este rincón de la web venimos diciendo. Los comentarios que salen a la luz los hacen varios sacerdotes y los suele corregir otro sacerdote. Todos nos compenetramos y hacemos una labor de equipo en que todo lo sentimos de todos. Y sale unas veces bien y otras veces quizá menos bien, pero en cualquier caso, lo hacemos con especial cariño, y con ganas de ser fieles transmisores del Espíritu.
Es un trabajo que exige paciencia y dedicación, como todos, y que se va nutriendo de las propias experiencias y al calor del sagrario. Lo demás lo va haciendo Él, que es el que lo hace todo, no nos engañemos. Las normas que nos han fijado pueden ser un poco duras para algunos (para los lectores sobre todo), pero a nosotros nos vienen muy bien: no es bueno personalizar y, por tanto, las comunicaciones que haya, las protestas o las alabanzas, se hacen a través de la oficina de Internet, y si es conveniente nos llegan y si no es conveniente, allí quedan, para hacer los ajustes que sean necesarios (en forma de indicaciones) y para decir que ánimo (cuando se ve que las cosas van calando). Todo puede parecer muy aséptico, pero os puedo asegurar que funciona.
“Esta generación perversa y adúltera pide una señal”. Parece como si estuviéramos necesitados de palmaditas en la espalda, de apoyos y señales de que lo que hacemos resulta eficaz. Y la cosa, posiblemente no vaya por ahí. La dirección correcta es otra: ir rectamente a hacer lo que hay que hacer, sin que se note, para que lo que se hace cale. Oí en una ocasión una expresión llena de sabiduría: “muchos hacen el ruido de cien y el trabajo de uno, un hijo de Dios, no, tiene que acostumbrarse a hacer el ruido de uno y el trabajo de cien”. Eso es lo nuestro.
Al Señor le piden, como a nosotros a veces, que haga algo espectacular, la tentación constante de hacer lo que llama la atención. El Señor no entra al trapo: a esta generación le toca algo semejante a la señal de Jonás, estar en el vientre de la ballena. Es decir, lo nuestro: ocultarnos y desaparecer.
Llegará el momento de la verdad y Cristo se mostrará en toda su verdad: como Hijo de Dios que viene a hacer la obra de Dios, la redención del hombre. Y lo hace al modo divino: entregándose por amor, usando el único lenguaje que puede entender el hombre si llega hasta el fondo: el lenguaje del sufrimiento. Y muere en la cruz, y después, el silencio, los tres días de silencio de Dios, y de expectación del mundo. Esa es la señal: ocultarse y desaparecer, para que el estallido de la resurrección se note.
Cuando estos comentarios van de un lado a otro para ser corregidos supongo que el Señor los mima también un poco más, porque ejercita la paciencia de unos y de otros. Yo creo, mirad lo que os digo (seguimos con los secretos del principio) que el equipo que hacemos estos comentarios, nos tenemos cada vez más cariño, a pesar de la letra roja que señala que uno ha metido la pata (eso vosotros no lo veis, pero nosotros sí). Luego comemos juntos, nos echamos unas risas y disfrutamos. Y yo imagino, no creo que sea exagerado, que es como un preludio de esa resurrección en la que el Señor estará muy contento haciéndolo todo nuevo y dándole pleno sabor a todo (incluso al jamoncito que tomamos de primero).
Y Nuestra Madre la Virgen… ¡ah, Nuestra Madre la Virgen, tan contenta de que no nos conozcáis, sino por nuestros comentarios, y haciendo que os aprovechen, que para eso es Esposa del Espíritu Santo, al que invocamos mucho, para que nos ilumine a nosotros y a vosotros para ser mejores, dando sal y luz a los hombres!