Números 11, 4-15; Sal 80, 12-13. 14-15. 16-17; san Mateo 14, 22-36

Ayer, leíamos en el Evangelio el milagro que hace el Señor solo “porque le dio lastima” el gentío, porque le seguían y le escuchaban. Y una actitud así, el corazón de Cristo, decíamos, “no lo puede resistir” y se vuelca en el hombre en el que ve esa postura interior hacia Él

Hoy, el Evangelio de la Misa sigue el relato de San Mateo, en los versículos en los que se nos narra lo que hizo el Señor después de ese milagro de la multiplicación de los panes. Así, despedida la gente “subió al monte a solas para orar”. Y, por si se nos pasaba, añade un comentario que va a subrayarnos su soledad: “llegada la noche, estaba allí solo”.

Es impresionante reparar en dos hechos: el primero que, después de un milagro “tan grande” (grande son todos los milagros pues siempre reflejan la divinidad de Jesucristo), el Señor obra con suma discreción, se va a orar. Y, el segundo hecho destacable es que el Señor se queda solo. No es que todo quede envuelto es esa humilde discreción, sino que los apóstoles lo dejan solo. Claro que probablemente haya sido un deseo del Señor de que le dejaran ir a rezar. Un deseo que es para nosotros un ejemplo de cómo debemos actuar en nuestra vida. A veces, cuando tenemos algo importante, una intervención quirúrgica seria, propia o de algún familiar, o tenemos un examen, de carrera o de oposición, una cita para conseguir trabajo, o cuestiones así, un buen cristiano acude a la Iglesia, acude a Nuestra Madre la Virgen para que todo marche bien, reza a un santo al que le tiene particular cariño. Todo esto hace un buen cristiano y hace muy bien y ojalá lo hiciéramos siempre.

Pero a veces, se nos olvida acudir al Señor a manifestarle nuestro agradecimiento, nuestra alegría, nuestra sumisión, y nuestro cariño. Es decir, después de ver que el Señor nos ha ayudado en algo, deberíamos, como nos enseña el mismo Jesucristo, “subir al monte a orar”. “Subir al monte” ya se entiende que indica, más que la materialidad de irse físicamente a un montículo, el aislamiento, buscar la soledad, ir a darle las gracias a Dios. Así queda claro cuando dice el Evangelio, como veíamos hace un momento que, “llegada la noche, estaba allí solo”.

Soledad, recogimiento, oscuridad (noche) que evita que la vista se disipe por los objetos de la Iglesia o de la habitación donde uno se ha retirado para orar.

Pero hoy terminamos nuestra meditación, no como solemos hacer, pidiéndole algo al Señor, sino dándole las gracias por tantos dones que nos ha dado y por los que quizá, hasta ahora, se nos había pasado darle las gracias.