Jueces 6, 11-24a; Sal 84, 9. 11-12. 13-14 ; san Mateo 19, 23-30

Marek no está. Se ha ido a Colonia, a la jornada de la juventud. Es una alegría pues luego tendré noticias de “primera mano” de este encuentro al que no he podido asistir. Pero también es un poco fastidioso. Marek es el sacerdote polaco que atiende a la comunidad polaca de mi parroquia, en ausencia de sacerdote polaco me toca a mí celebrar la Misa en polaco. Mi polaco no es que sea poco fluido, simplemente no es. Me aterra el poco gasto que hacen de las vocales. Soy capaz de pronunciar la palabra “Spowiadam,” más o menos decentemente, e incluso ayer me lancé a decir : “Oto wielka tajemnica wiary,” pero no me pidan que pronuncie “zmartwychwstanie,” que haría el ridículo. Al final he hecho un folleto con la Misa en castellano y en polaco, y cada cual habla en su idioma, así nos entendemos mejor.
“El Señor está contigo, valiente.” Gedeón también tiene un problema de idioma con el ángel del Señor. ¿Cómo va a estar el Señor con nosotros (“Pan z wami,” en polaco, que eso también lo sé decir), si todo nos va mal, “el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.” Gedeón piensa que el Señor habla por hablar, como un saludo prototípico, como nosotros decimos el “buenos días” cuando caen chuzos de punta (por cierto, hace mucho que no llueve de verdad en Madrid). Pero el Señor no habla por hablar, el Señor lo que dice lo cumple. No es un deseo de que el Señor esté con Gedeón, es que realmente Dios estaba con Gedeón, y él no se entera, como me pasa a mí con el polaco.
A veces hablamos en otro idioma distinto al que Dios habla, o lo traducimos mal. El Señor no tiene “buenos deseos,” lo que Él dice es, y nosotros no terminamos de creérnoslo, vemos las cosas de Dios como una posibilidad y no nos damos cuenta de que es más real que cualquier otra cosa, por mucho que podamos pesarla, medirla o contarla.
“Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.” Los ricos suelen tener un mal traductor (eso sí, de última generación), para hablar con Dios. Los ricos suelen pensar que todo depende de ellos, no les gusta lo que no pueden controlar o comprar. Pueden ser esforzados, trabajadores, astutos…, pero creen que todo se debe a ellos. El pobre, el humilde, deja espacio para que Dios haga lo que quiera. El joven rico -que es el provoca estas palabras del Evangelio de hoy-, creo que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, e incluso a ir a cualquier sitio, con tal de que lo hiciese por sí mismo, lo de seguir a Jesús a no se sabe dónde, no le apetecía lo más mínimo, perdía el “control de la situación.”
Cuántas veces, pobres de nosotros, nos comportamos como los ricos. Nos confesamos y aunque acabamos de oír “Yo te absuelvo de tus pecados,” aún estamos dándole vueltas a si era perfecto nuestro arrepentimiento, como si Dios estuviese obligado a perdonarnos por lo arrepentidos que estamos. Queremos controlar la misericordia de Dios. Escuchamos “el Cuerpo de Cristo,” e incluso respondemos “amén,” pero seguimos pensando qué tenemos que hacer para ganar la vida eterna, no qué tenemos que dejar que Dios haga en nosotros. Queremos controlar el don de Dios. Seguimos preguntándonos, como los apóstoles “¿qué nos va a tocar?,” sin darnos cuenta de que por mucho que imaginemos será mucho mejor lo que Dios quiere para nosotros. Queremos controlar la voluntad de Dios.
“Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: Para los hombres es imposible, pero Dios lo puede todo.” Llevo unas semanas dando vueltas a esa frase de San Agustín que dice: “Dame, Señor, lo que me pides, y pídeme lo que quieras.” Me imagino que saldrá en más comentarios. Esa es la clave para traducir bien a Dios en nuestra vida. San Agustín estuvo luchando para controlar las pasiones en su vida -seguía siendo rico-, hasta que se dio cuenta que si el Señor lo decía, entonces sería. Lo pidió con fe y el Señor le concedió la castidad. Uno puede considerarse “el más pequeño de la casa de mi padre,” pero si dejamos que sea Dios el que controle nuestra vida y no intentamos nosotros controlar a Dios, entonces todo será posible.
María comprendía perfectamente a Dios, hablaban el mismo lenguaje (no podía ser de otra manera, la que enseñaría a hablar al niño-Dios), y si algo no entendía lo guardaba en su corazón, junto a su Señor, y confiaba. Pídele a ella que te ayude a dejar a Dios actuar en tu vida y encontrarás la paz.