Jueces 9, 6-15; Sal 20, 2-3. 4-5. 6-7 ; san Mateo 20, 1-16a

Aunque cada día hay menos familias numerosas me imagino que en alguna sucederán las mismas situaciones que antes. Preparar la comida para nueve personas no debe ser fácil, pero mucho más difícil elegir el menú. Cuando mi madre -ya sabíamos cuando-, se preparaba a preguntar al primero que pasase qué cocinar para el día siguiente, todos desaparecíamos misteriosamente. Podría parecer una ventaja elegir el menú en nombre de todos, pero era un esfuerzo que estábamos encantados de delegar en otro. Así que al final comíamos lo que a mi madre se le ocurría, quedando la obligación de elegir menú para el día del cumpleaños.
“Salió a contratar jornaleros para su viña.” “Salió otra vez a media mañana.” “Salió al caer la tarde.” Desde luego el propietario de la viña de la parábola no deja de hacer salidas a buscar jornaleros. Una de dos: O entendía tan poco de trabajo en el campo como yo de la composición de las cadenas de ADN, y siempre se quedaba corto de personal; o los jornaleros esperaban, como tantos hoy, un primer trabajo con despacho, secretaria, buen sueldo y poco esfuerzo, por lo que corrían a esconderse en cuanto veían aparecer al propietario de la viña. A lo mejor incluso le escuchaban su oferta de trabajo, pero les sonaba como algo que era para otros, ¡ellos valían mucho más!, hasta que, una vez que pasaba el día y no se presentaba su trabajo ideal, el hambre les haría acudir a la viña. Y es que, cambiando el orden del dicho popular: “A oídos necios, palabras sordas.”
¡Cuántas veces nos ocurre lo mismo!. Muchas veces esperamos que nuestro dios venga a llamarnos al trabajo que esperamos, pero el que nos llama es Dios, no nuestros diosecillos imaginarios. Como los árboles para elegir rey pasamos de uno a otro y, desgraciadamente, acabamos a la sombra del peor. Muchos se preguntan: “¿A mí cuándo me llamará Dios? ¿Por la mañana, a mediodía, a la tarde?” El que se pregunta eso se está engañando. En el fondo está deseando que sea a la tarde, cuanto más tarde mejor, e incluso si puede ponerse a la cola para cobrar el denario sin hacer nada, ¡mucho mejor!. En el fondo siente cierto aprecio por el dueño de la viña, ofrece trabajo a esos otros “pobres desgraciados.” Pero ese trabajo no es para él, en todo caso se acercará al final del día si no ha conseguido nada mejor. Trabajar en la viña del Señor lo toma como algo deshonroso, como mucho un mal menor por la paga que espera recibir. No responden: “Nadie nos ha contratado,” sino que señalan a otros y dicen: “De momento contrata a esos, yo ya veré más adelante si me interesa.” No se dan cuenta de que van haciendo tan necios sus oídos que acabarán sordos del todo para escuchar al Señor. Son como los jóvenes que dejan pasar su juventud sin casarse para disfrutar de la vida, se casan ya maduritos y dejan pasar unos años para disfrutar de la vida juntos y, cuando deciden tener un hijo (que era su motivación para casarse), están más secos que un polvorón en el desierto. Al cristiano que se pregunta, e incluso muestra cierto interés, cuándo le llamará el Señor, le contesto: Desde el día de tu bautismo te está llamando el Señor. Desde tu más tierna infancia el Señor no hace más que ir una y otra vez a tu alma y te pide que le sigas. Lo que pasa es que no queremos ponernos a escucharle, lo dejamos para más adelante y, tal vez, ese momento no llegue nunca, sea ya de noche y no se pueda ir a trabajar.
¿Y quiénes son los de la última hora?. Los que no tienen fe, los que pasan el día pensando que, tras todo ese tiempo perdido en la plaza, llegarán a casa y no podrán cenar ellos ni sus hijos. A veces, cuando estamos en la viña podemos hacer de la plaza un lugar idílico: “Esos están sin hacer nada, paseándose libremente, sin sudar ni trabajar.” Pero la plaza, la falta de fe, en realidad es aburridísima. A la media hora el tiempo se hace insoportablemente lento, no hay muchas novedades que contemplar y se hace lo mismo, aburrirse, minuto tras minuto. Paradójicamente los de la plaza envidian -a veces en secreto-, a los que están trabajando y les cambiarían inmediatamente el puesto. Al menos los que trabajan saben por qué y para quien están haciendo algo de su vida. A San Dimas, el buen ladrón, no se le ahorró el cargar con la cruz y el ser crucificado. Cuando cargaba con el leño caminaba hacia la muerte, si llega a tener antes fe en Jesucristo sabría que caminaba hacia la Vida.
No envidies a los que no tienen fe. Si estos días tienes la suerte de estar en la Jornada de la Juventud en Colonia, o si lo ves por la televisión o lees las palabras del Papa, y sientes -otra vez-, que Dios te habla no dejes que sigan siendo necios tus oídos, no son palabras sordas, son palabras que llenan el corazón. Sal de tu pequeña plaza y camina a trabajar, de una vez, por Cristo.
Que la Virgen bendiga a todos los participantes en esas jornadas, y a los que las seguiremos desde lejos, y nos ayude a elegir bien a nuestro Rey, pues en el fondo ha sido Él quien nos ha elegido desde siempre.