san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-13; Sal 89, 3-4. 12-13. 14 y 17 ; san Mateo 24, 42-51

En el célebre monólogo de Hamlet la duda está entre el ser o no ser. Pero dentro del “pedaleo” mental del pobre príncipe agraviado hay espacio para más dudas. Me refiero a la escena en que se debate entre vengar el asesinato de su padre o perdonarlo, o huir. Hay en ella un momento en que su agobio es tan tremendo y su carga tan pesada, que dice: “dormir, nada más. Y si durmiendo terminaran las angustias y los mil ataques naturales herencia de la carne, sería una conclusión seriamente deseable. Morir, dormir: dormir, tal vez soñar”.
Dormir es algo reparador, es necesario, es un estado fisiológico que devuelve las fuerzas gastadas en la vigilia. De todos modos no es el estado natural del hombre. Cuando pensamos en alguien, pensamos en una persona despierta. No es infrecuente utilizar la expresión “estás dormido” para reprochar a alguien su falta de atención a cosas importantes. Y también se dice de quien se emplea a fondo y con acierto en un asunto que es una persona “despierta”. Tenemos que concluir que el sueño tiene su momento y que quedarse dormido nunca es una solución para los problemas, sino más bien una huida.
“Velad”, nos dice hoy Jesucristo. “Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. No se refiere a que los cristianos tengamos prohibido el sueño, no. Al contrario, tenemos que dormir las horas necesarias. Las horas necesarias suelen ser 8. Si alguien duerme alguna más (a no ser por prescripción facultativa, claro) que sepa que está huyendo. Tan importante como dormir lo justo, es salir de la cama en su momento. Y… ¡cómo cuesta! Muchos días salir de la cama es un acto heroico. Ved a dónde nos ha conducido el evangelio de hoy, a hacer el propósito de levantarnos sin dilación cuando suene el despertador.
No es propósito pequeño, pero vayamos un poco más allá. A lo largo del evangelio la actitud de velar, de estar en vela, viene asociada a la oración. Jesús pide a sus discípulos, durante la oración en el huerto, que velen con Él una hora, que le acompañen en la oración. Velar es permanecer en oración. Quizá quiera el Señor que sea nada más despertarnos cuando hagamos nuestras oraciones. Sin duda es una vieja costumbre cristiana. Comenzar el día haciendo un rato de oración es comenzar el día con Dios. Quedarse dormido en la oración es ciertamente dejar solo a Nuestro Señor. Hacer oración es velar, vigilar. Dormirse es huir, es desertar. Pidamos a la Virgen que nos ayude a rezar con atención, a ser y estar despiertos, y a no abandonar a Jesús.