san Pablo a los Colosenses 2, 6-15; Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11; san Lucas 6, 12-19

En la primera lectura de la Misa de hoy, se nos van dando unas recomendaciones para que no nos quedemos en menudencias, en discusiones y pleitos que no conducen a nada si no es a separarnos de Dios y de los demás; así, en un momento dado el Espíritu Santo nos dirá que “desde cualquier punto de vista ya es un fallo que haya pleitos entre vosotros”.

Y a este propósito o, mejor dicho, en este contexto, el apóstol san Pablo, como quien quiere aclarar de un modo definitivo la necesidad de obrar el bien y de evitar el mal, y que no nos sirven excusas ni alegar a malos entendido, nos recuerda: “sabéis muy bien que la gente injusta no heredará el reino de Dios”.

Hay aquí, en primer término, una invocación, una llamada a la conciencia de cada uno; intransferible, personalísima: “sabéis muy bien”. Es algo que está fuera de toda duda; no es algo que se necesite “ir a la escuela” para aprenderlo. Es algo que está muy arraigado en el alma de todos: “la gente injusta no heredará el reino de los Cielos”

Pienso que, de vez en cuando, deberíamos pararnos, reflexionar, y cuando notemos que estemos excusándonos a nosotros mismos, cuando veamos que estamos intentando llamar a las cosas con otro nombre que no es el que le corresponde quizá para quitar gravedad al asunto; cuando queremos tranquilizarnos con pensamientos del tipo: “ahora toda la gente actúa así”, en realidad “no pasa nada”, etc., entonces seguir el consejo que nos dice a continuación la carta a los Corintios: “no os llaméis a engaño”. Esto es importantísimo para fundamentar nuestra vida en la verdad: “no os llaméis a engaño”.

Y, justo después de esa apelación general a “no engañarnos”, nos pone el apóstol un montón de ejemplos de los que no entrarán en el reino de los cielos, quizá porque se engañan: “los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios”.

Nosotros actualmente tenemos cosas que son políticamente correctas, otras que no lo son; a algunas cosas las llamamos con un nombre que suaviza el hecho, por ejemplo llamamos “interrupción voluntaria del embarazo” a lo que, efectivamente lo es, pero en realidad es un aborto o asesinato de un no nacido.

Todo el mundo ahora al hablar de la homosexualidad, para no herir susceptibilidades, va con mucho cuidado. Y así ha de procederse entre otras razones, por un motivo que también es cristiano, el de la caridad. Pero dejadme que repita lo de San Pablo y “que cada uno no se lleve a engaño”: “ni los afeminados, ni los invertidos” entrarán en el reino de los cielos. Tampoco “los adúlteros ni los inmorales”; pero tampoco los que quizá “de guante blanco” o no tan blanco son unos “ladrones y codiciosos”

Se ve claramente que la Iglesia no cohonesta con nadie. No solo -como a veces falsamente se ha dicho- le da más importancia a los pecados sexuales. No. A toda acción que trasgrede la ley de Dios, haga referencia a la sexualidad, o a los hurtos o a las borracheras, o a lo que sea contrario al querer de Dios, la Iglesia, fiel seguidora de la Ley de Dios, llamará malo, no porque ella lo diga, sino porque es altavoz de la palabra de Dios.