san Pablo a Timoteo 2, 1-8; Sal 27, 2. 7. 8-9 ; san Lucas 7, 1-10

Los curas se van dando cuenta de que están “haciéndose”, cuando empiezan a mirar con ternura a esas viejecitas que muchos catalogan, sin más, de beatas. El género beata es un género que habría que extinguir, es verdad, pero también es verdad que pagan justas por pecadoras, y muchas veces las beatas genuinas son las menos, y las santas disfrazadas de beatas son las más. Esto lo saben perfectamente los curas mayores, por eso las miran de otra forma.
Hace ya algún tiempo, alguien me comentaba una conversación entre dos señoras de estas últimas, como se verá, que, de camino a la iglesia, hablaban de sus cosas: “otra vez que tengo que confesarme hoy”, “seguro que D. Fulanito te dice que eres una escrupulosa”, “déjate, bien que me paró los pies la última vez, con cariño, ya lo conoces a D. Fulanito, pero me paró los pies”, “a saber lo que le dirías” “pues que el día anterior le había puesto dos”, “si es que tú también, eres incorregible”, “y ¿qué quieres? Si es que no lo puedo ni ver, sale el presidente ese en la tele, con esa sonrisita que tiene, y lo menos que piensa una es ponerle una bomba”, “mira que eres…” Eran señoras buenísimas, pero ponían bombas al presidente del gobierno y, naturalmente veían lo más natural confesarse de ello.
Nos puede parecer una caricatura, pero no lo es. Hay gente que hace sus particiones, y coloca a unos a un lado y otros al otro: los que le cuadran bien, lo que no le cuadran… los asesinarían si estuviera permitido. Y los asesinan, al menos, con la lengua.
No se nos puede olvidar que los mandamientos de la ley de Dios tienen mucha relación los unos con los otros. Cuando a uno le preguntan por el “no matarás” (que es el quinto), se puede quedar asustado, naturalmente que no he matado, pero si afina uno un poco y pasa a preguntarse por el rencor y el odio…, entonces las cosas hay que planteárselas de otra manera. Vamos a preguntarnos cosas en este sentido, pero de verdad, no yendo sólo a lo que sabemos que tendríamos que hacer, sino a lo que de hecho hacemos, pensamos, o albergamos en nuestro corazón: ¿quién no tiene una recámara en el alma donde guarda sus rencorcillos, su tener enfilada a una persona que le ha hecho una faena, que le cae mal, etc.? Eso también tiene que ver con el quinto mandamiento ¿o no? Y si afinamos un poco más ¿no es verdad que, a veces, desfogamos por la boca, lanzando sapos y culebras, poniendo a la persona en cuestión como hoja de perejil, es decir: verde? (esto además tiene que ver con el octavo). Luego también nosotros, como la viejecita en cuestión, acabamos poniendo bombas con el pensamiento, para quitar de nuestra vista a los que no están en nuestro horizonte de “personas buenas”.
Una de las constantes en la Sagrada Escritura, cuando se habla de las autoridades, es pedir que se rece por ellos. No se trata de pedir “sólo” por los buenos, sino por todos, para que sean buenos, para que ejerzan y administren la autoridad que tienen en sus manos de una forma justa, buscando el bien común, y ajustándose al bien del hombre, a la dignidad real de la persona, defendiendo sus derechos, esos que no vienen sólo de las leyes positivas del Estado, sino que están inscritas en el interior de cada uno. Y para que todo salga como tiene que salir hay que pedirle al Señor por los que son de nuestro gusto y los que no, los que lo hacen bien y los que lo hacen rematadamente mal. San Pablo, San Pedro, por decir dos ejemplos evidentes, piden esa oración. En ese momento del Cristianismo, los primeros momentos, los primeros siglos, algunas de las autoridades trataron injustamente a los cristianos, pero no hay que olvidar que un trato injusto, no requiere una respuesta injusta.
Ojalá que aprendamos a ser positivos y construir en positivo, sin poner bombas. La violencia, aunque sólo sea de pensamiento o de palabra, únicamente fomenta odio y enemistad. Y Dios es amor y misericordia. Vamos a decirle a María que nos enseñe a caminar por ahí.