san Pablo a Timoteo 6,13-16; Sal 99, 2. 3. 4. 5 ; san Lucas 8, 4-15

“Se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo”. Así comienza el Evangelio de la Misa de hoy, presentándonos a Jesús yendo de pueblo en pueblo, buscando a la gente. No se queda quieto en un sitio; no dice “el que quiera escucharme que venga”, sino que, es Él quien va a por la gente. Este modo de proceder, sabiendo que es Dios, no puede pasarnos desapercibido.

Así, en un momento en el que quizá se detiene, les empieza, como es en Él costumbre, a hablar en parábolas: “salió el sembrador a sembrar su semilla”.

Probablemente el Señor en ese caminar de pueblo en pueblo, habría ido pasando por tierras y sembrados y le habría estado dando vueltas a éstas ideas que, de pronto, expone a la gente: “al sembrar, parte cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron”. Él mismo dirá luego que esos son los que oyendo la palabra de Dios, no dejan que arraigue, quizá porque el camino es tierra dura, y no es posible que germine nada, y además esa gente tiene “pájaros en la cabeza” y, en cuanto se descuidan, esos “pájaros”, esos planes vanos, les quitan de la cabeza cualquier idea de generosidad, de entrega, de mejora.

“Otra parte cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron”. Esta vez la semilla ya ha arraigado un poco más. Ya está dando tallo y quizá algunos frutos. Planta, de todos modos, todavía tierna y sin hacer del todo. Pero esta planta que de haberla dejado podría haber dado mucho fruto, se deja “enzarzar” en la juventud por ideas, o ideologías, actitudes morales que aparentemente parece que “te abrazan” y te encuentras protegido y bien, pero en realidad, “lo ahogaron”. Se hace cada vez más dificultoso respirar, las fuerzas se van debilitando y la zarza, ahogando cada vez con más fuerza.

“El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno”. Esa es la tierra que, inicialmente somos todos. Solo que cada uno, con su actitud en su vida, va optando por llevar un tipo de vida concreto. Y así, en el primer caso, actuamos no dejando que se arraigue la palabra de Dios, o como en el segundo, en el que nos dejamos ahogar, o como en el tercero, en el que queremos dar -poco a poco- respuesta generosa a nuestro Dios.

Decía que es cada uno el que va “optando” por llevar una vida u otra. No es “mala suerte” que yo “sea camino con pájaros” o “tierra con espinos”. Y pensar qué buena suerte aquel otro que es “tierra buena”. Cada uno es lo que quiere ser en esta vida. Quizá no es cierta esta afirmación cuando hablamos de haber querido hacer esta carrera o aquel oficio, porque puede que no lo logremos, o haberse casado con esta o aquella mujer, o tantas otras cosas más. Pero uno siempre llega a ser lo que quiere en lo que se refiere a su vida moral, a su vida de fe, a su vida cara a Dios. En esto nadie ni nada “nos puede separar del amor de Cristo”. Depende de nosotros y de la ayuda que imploremos de Dios para alcanzar el fin de nuestra vida que no es otro que la unión con Dios en el cielo. Ese es el ciento por uno que da la tierra que “quiere” ser buena.