Zacarías 8, 20-23; Sal 86, 1-3. 4-5. 6-7 ; san Lucas 9, 51-56

Estamos a comienzo de curso, deberíamos hablar de tener ánimo, ganas, energías y espíritu de superación para hacer de estos meses un tiempo de gracia. Pero a veces ocurre que uno empieza ya cansado. No debe ser cosa del trauma “post-vacacional” pues cualquier parecido de este verano (como tantos), con unas vacaciones es pura coincidencia. Tal vez sea el volver a las reuniones, grupos y problemas del día a día lo que provoca esa especie de pereza. Tal vez a ti también te ocurra algo parecido, cuando comienza el curso y ves “más de lo mismo.” Lo que te habías planteado en el verano y las nuevas iniciativas que te habías propuesto (incluida la de dejar de fumar), te parecen irrealizables. ¿Nos lleva esto al desánimo? Vamos a agarrarnos al Evangelio y veremos que no.
“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén.” ¡Menuda decisión! Nada sencilla de tomar. Jesús sabía que se dirigía a la muerte pasando por la tortura, el desprecio, la blasfemia y el sufrimiento físico y espiritual. Después de tres años de predicación a diestro y siniestro, de recorrer kilómetros y kilómetros anunciando la redención y la necesidad de la conversión, parecerá que todo había sido inútil. Me ayuda a veces meditar contemplando a Cristo que “hace lo que tiene que hacer.” Tomar decisiones no es nada fácil en muchas ocasiones. Incluso a veces te sale el “mal carácter” con los que tienes más cerca y piensas que tendrían que enterarse más de las cosas: “El se volvió y les regañó, y dijo: No sabéis de qué espíritu sois.”
El Señor toma la decisión de ir a Jerusalén y, aunque el camino no es fácil y empieza ya a sentir el desprecio de los hombres, de los samaritanos que no quieren recibirle, en seguida nos indica no sólo el por qué, sino también el cómo toma esa decisión tan desagradable: “El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.”
Cuando comenzamos el curso podemos sentir el peso del cansancio y del desánimo, pero entonces recordamos el por qué tenemos cada día que tenemos: para acercarnos más a Dios y acercar a los demás al Señor. Y recordamos el cómo hacerlo: anclados en la oración, disfrutando de la Misericordia, unidos con Cristo en la Eucaristía. Y entonces el curso no parece tan largo, siempre falta tiempo para anunciar el Amor de Dios; los esfuerzos no nos parecen inútiles, pues es el Señor el que hace fructificar y Él pondrá los plazos que quiera a nuestra labor; el tiempo no parece que se nos escape pues está preñado de eternidad.
En definitiva, puede agobiarnos comenzar el curso, eso no es malo pues significa que nos preocupamos por lo que hacemos, pero en seguida tenemos que ir delante del Sagrario y, como Santa Teresa, tomar una “determinada determinación” de ponerlo todo en manos de Cristo. Verás cómo te quitas un peso de encima y “caminas hacia tu Jerusalén” de otra manera.
La Virgen sabía que ser y hacer lo que Dios le pedía no sería un camino de rosas, pero no dudó un momento en contestar con su sí. Acompañados de María y de Jesús ¿qué trabajo nos parecerá demasiado duro?.