Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 137, 1-2a. 2b-3. 4-5. 7c-8; san Juan 1, 47-51

Desde que me propusieron escribir estos comentarios no he querido saber cuántos lo leen, ni tan siquiera vuestras cartas y comentarios a los comentarios. No es un desprecio, simplemente que cuando me piden un servicio se hace y ya está, de ahí nace también nuestro “anonimato,” los importantes no somos nosotros, los que escribimos, sino vosotros, los lectores. Simplemente de vez en cuando preguntaba al que se encarga de esta página (que sí leen con atención todos vuestros correos): “¿Ayudan?” y me contestaba: “Ayudan.” Así que a seguir adelante. El otro día me mandó a traición un E-mail con algunas de vuestras cartas, cuando me di cuenta, la curiosidad podía más y me los leí todos. Espero no volver a hacerlo, pero gracias.
Celebramos hoy a los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Es curiosa la labor de los ángeles. “Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.” “Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.” La vida de los ángeles es servir a Dios, toda la eternidad “trabajando,” pero dichoso trabajo. Ya hubo uno que dijo “no serviré” y se convirtió en la más desdichada de las criaturas. Hoy estos tres arcángeles, “Fuerza de Dios,” “Mensajero de Dios,” “Medicina de Dios,” realizan su misión particular en la historia de la salvación de los hombres, por eso tenemos que estarles particularmente agradecidos por su fidelidad en el “trabajo.”
Estoy convencido que los ángeles nos ayudan, es parte de la misión que Dios les ha encomendado. Por eso os pongo hoy a todos bajo su protección: A los que no podéis asistir a misa todos los días pues vivís en ciudades pequeñas, pero leéis con avidez el Evangelio de cada día; a los que buscáis cada día ánimos y esperanzas para vuestro caminar cristiano con alegría; a los que os abrazáis a la cruz y sois como ángeles para el marido y el hijo enfermos (los ángeles también estuvieron alrededor de la cruz -estoy convencido-, sufrían pero servían); a los padres (y abuelos), de familia numerosa que encuentran tantas incomprensiones y dificultades (“miles y miles, millones…,” es también bastante numeroso, sois un reflejo de la generosidad de Dios); al que quiere y aprecia a su amigo homosexual y que no duda, estoy convencido, en hablarle del amor de Dios; para que algún día llegue a conocerlo: pídeselo a su ángel de la guarda porque también se lo ha dado Dios. También pongo bajo la guía de los ángeles a los que nos piden más precisión hermenéutica (también le pongo bajo la protección de San Jerónimo, que celebraremos mañana); en definitiva os pongo a todos, los conocidos y a los anónimos bajo la compañía de los santos ángeles, pedir vosotros por nosotros y estos fieles mensajeros llevarán nuestros encargos al Señor, que siempre nos escucha.
Ya he utilizado en estos comentarios aquella frase del Cid: “Que buen caballero sería, si tuviera buen Señor.” Los ángeles saben que sirven no sólo al mejor, sino al único Señor. También nosotros, aunque el pecado nos nuble el sentido, sabemos que no podemos tener mejor destino que servir a Aquel que vino a servirnos.
Cuando el arcángel Gabriel anunció el nacimiento de Cristo a la Virgen pudo contemplar la belleza del ser humano en todo su esplendor, lo más hermoso que Dios había creado. No olvidemos nuestra propia belleza, somos templos del Espíritu Santo y trabajemos para Quien vale la pena.
Que nuestra Madre la Virgen acoja todas vuestras preocupaciones, anhelos, alegrías, esperanzas y trabajos y os mande, en manos de los arcángeles, unas gotas de consuelo y alegría.