Barue 1, 15-22; Sal 78, 1-2. 3-5. 8. 9; san Lucas 10, 13-16

Hoy me voy a referir a otro de los E-mail que comentaba ayer. Espero que será la última vez, esto no es un “blog” ni un foro de debate o discusión, pero como pedía contestación este es una especie de “acuse de recibo.” También tengo que aclarar que esta es mi opinión y que ya nos reuniremos los que escribimos estos comentarios y el coordinador de todos para ver la línea más apropiada que es conveniente seguir.
Nuestro querido lector, laico formado y que demuestra su cariño y preocupación por la iglesia y la liturgia, nos pide más rigor en la estructura de estos comentarios. Nos envía un estupendo resumen sobre la homilía, sus partes y contenidos, así como más profundidad en las claves de interpretación de la Sagrada Escritura, especialmente del Antiguo Testamento. ¡Ojalá todos los sacerdotes siguiéramos esas pautas al predicar desde los púlpitos.!
El otro día concelebré en una Eucaristía en la que el párroco utilizó exactamente el esquema propuesto por el profesor de liturgia de nuestro amigo. La lástima es que la leía de un folleto y, por la entonación cansina y balbuciente, creo que era la primera vez que la leía. Estuve a punto de dormirme, pero es que los sacerdotes somos muy malos oyentes.
Hoy, haciendo honor a San Jerónimo, podría comenzar este comentario diciendo que el libro del profeta Baruc es deuterocanónico (no lo recoge la Biblia Hebrea), y se le atribuye a un “secretario” de Jeremías. También podríamos dedicar unas cuantas líneas a describir las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaum. No dejaría de ser interesante, pero las homilías las predico (diariamente, como se nos recomienda) en la celebración de la Misa. Estas líneas no dejan de ser un comentario a vuelapluma de las lecturas de la Misa. Tal vez no nos den conocimientos bíblicos y hermenéuticos, pero sí que pretende espolearnos para que dejemos resonar la Palabra de Dios en nuestro interior.
Decía San Jerónimo que “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo.” Nunca nos cansaremos de pedir, rogar e insistir a todos que nos formemos en la fe de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras. Pero desde estos comentarios ponemos nuestra vida frente a la Palabra de Dios para que nos ayuden en nuestra oración, en nuestro agradecimiento a su Misericordia y nos provoque hambre de su Palabra.
“Confesamos que nuestro Dios es justo.” Tal vez sea eso lo único que quiere transmitir el comentario de hoy. Que antes de salir de casa sintamos “la vergüenza de la culpa de este día” pues hemos hecho lo “que el Señor reprueba.” Pero si limpiamos la mirada que dirigimos a nuestra vida con las lágrimas que el Señor derramó sobre las ciudades de Israel y de Judea descubriremos los “milagros” que Dios sigue haciendo en nuestra vida. Tal vez nos gustaría que el Señor hiciese otros milagros en nuestra vida, que nos hiciese la existencia más sencilla pero, cuando miras sinceramente tu vida, el bien que has hecho, el amor que has recibido, cómo te has abrazado a la cruz en la que está Cristo y cuántas veces has sido testigo de su resurrección, entonces te darás cuenta de la de cosas que nos ha dado, y nos sigue dando, el Señor. ¡Se pasa de justo!. Tal vez hoy escuchemos otra vez la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón, nos suene a nueva y nos decidamos a vivirla.
“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.” El único reproche de la Virgen a su Hijo se produce cuando lo pierden. Después de ese momento sólo vivió para aceptar la voluntad de Dios en su Hijo. Nosotros a veces reprochamos a Dios las cosas cuando somos nosotros los que nos hemos perdido de Él. Pidámosle que nos encuentre, sabe dónde buscarnos, y nos daremos cuenta de su justicia.
Lamento que esto no sea una homilía, pero si ayuda a algún sacerdote a prepararse bien la homilía de hoy, su misión está cumplida.