san Pablo a los Romanos 1, 16-25; Sal 18, 2-3. 4-5 ; san Lucas 11, 37-41

Podemos definirnos como queramos. Podemos dar la imagen que más no apetezca. Podemos pretender quedar bien ante todos… pero, cuando nos pisan el “callo” se vislumbra lo que realmente somos. Y esto nos ocurre muchas veces, porque, en muchas ocasiones, nos avergonzamos de quiénes somos y cómo somos. San Pablo, por el contrario, parece decirnos otra cosa: “Yo no me avergüenzo del Evangelio; es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree”. Tener este firme convencimiento es poner por obra lo que uno confiesa como verdadero. Dice el refrenaro que “se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo”… y es verdad. Es cierto que es importante la urbanidad en nuestras relaciones sociales (no podemos ir por el mundo avasallando), pero también es verdad que muchas veces nos tienen cogidas ciertas formalidades que mostramos “hacia los de fuera”, mientras que en nuestra convivencia cercana (familia, amigos, trabajo…) se dan las cosas “por supuesto”, perdiendo el respeto y el cariño que debemos, precisamente, a aquellos a los que más estamos obligados.

“Tienes la virtud de fastidiarme”. Esta frase la aplicamos a los que nos conocen y, por tanto, a los que más nos quieren. Es, una vez más, “pisarnos el callo” en aquello que más nos duele. ¿No será que aún no he cambiado en determinado tipo de actitudes, que tengo por buenas, cuando en realidad se trata de hábitos mal adquiridos? Es bueno, de vez en cuando, hacer examen de cómo es nuestro comportamiento con el prójimo (que, en este caso, no es otro sino el “próximo”, aquel con el que convivo diariamente), es decir, que nuestra condición de cristianos no es algo para practicar sólo los domingos (yendo a Misa, por ejemplo), sino para que mi vida se dignifique, dignificando la de aquellos que me rodean. También lo dice el mismo apóstol de los gentiles en su carta a los Romanos: “El justo vivirá por su fe”. Decir, por tanto, que amo a Dios sobre todas las cosas, pero que en mi casa, por ejemplo, me comporto como me da la gana… pues parece que no tiene mucho sentido. Vivir de la fe es saberse querido por Dios, y dar ese amor, en obras y detalles concretos, a los que tengo más cerca en primer lugar. ¿Te has preguntado cuándo fue la última vez que le dijiste a tu mujer lo guapa que está?, ¿Recuerdas cuándo tomaste a tu hijo adolescente, y le preguntaste por sus estudios, sus amigos, o su novia, y os fuisteis a dar un paseo en bicicleta?…

Es lógico que pienses que te “pisan el callo”, cuando lo que haces no se conforma con lo que crees. Y menos podemos exigir a los demás aquello que no practicamos y, en primer lugar, dentro de tu familia. Estoy cansado de escuchar a muchos sus continuas quejas acerca de los ataques contra la Iglesia, la familia, la enseñanza… y tienen razón. Pero, ¿nos creemos aquello de lo que es motivo de tanto sufrimiento? Es decir, ¿soy el primero en poner alegría y paz en los ambientes en los que me toca vivir? ¿Pongo los medios adecuados para formarme, como buen cristiano, y formar a los míos? Si no cambiamos tú y yo, por mucho que cambien los demás, seguiremos viendo enormes zapatos que pisan nuestras sensibles callosidades.

Jesucristo aún es más radical: “Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades”. Sí, de nuevo la coherencia y la unidad de vida. Lo contrario es disparar a ver si acertamos. Entiendo que te cueste cambiar en determinado tipo de actitudes que llevas años arrastrando (las consideras “normales”, y propias de tu carácter), pero, ¿no crees que aquellos a los que reclamas cariño, atención y comprensión, más que “pisarte el callo”, te están diciendo (gritando, diría yo) que ellos también existen, y que te quieren?

Vamos a pedirle a la Virgen que mañana, a la hora del desayuno, sepamos esbozar la mejor de nuestras sonrisas y el mejor de los agradecimientos… Si buscas amor, da más amor. Y, en vez de pisotones, verás todo más mullido.