san Pablo a los Romanos 8,31b-39; Sal 108, 21-22. 26-27. 30-31; san Lucas 13, 31-35

El relato del Evangelio de hoy nos va a ayudar a saber distinguir entre lo que puede ser fruto de un enfado y lo que es calificar a las cosas por su nombre.

Nos cuenta el evangelista que hay unos buenos hombres que se ve que quieren al Señor y le vienen a advertir de que “Herodes quiere matarte”, y por eso le dicen: “márchate de aquí”, le dicen que huya. Además de que esta gente es buena y quiere al Señor, nos está dando un dato muy importante, Herodes quiere asesinar al Señor. Hacerlo callar para siempre.

Ante esta información, ¿Cómo actúa el Señor? Desde luego, por la frase que dice parece que el Señor se enfada: “decirle a ese zorro: hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término”. Pero profundicemos un poquito más.

Le llama “zorro” a Herodes. Lógicamente el tono, la forma en que el Señor manifiesta esta frase, no la conocemos, porque es algo escrito y no sonoro, pero sí que por las palabras empleadas y por la sintaxis podemos deducir que no le ha parecido muy bien al Señor. Pero no sólo dice eso sino que además añade inmediatamente a continuación lo que él viene a hacer a la tierra: “hoy y mañana seguiré curando (misión humana, humanitaria) y echando demonios (misión sobrenatural, espiritual). Es decir, el Señor defiende de los “zorros” -depredador que ataca al más débil y quiere devorarlo- la misión de la Iglesia, su misión en la tierra.

Esto nos viene muy bien para entender la misión de la Iglesia en su relación con los poderes públicos. Las cosas sobre las que habla -que no son sólo “políticas”– o cómo las dice. Quizá pueda ayudar a muchos cristianos a comprender que la Iglesia hable fuerte, en el sentido de “muy claro”, llamando a las cosas por su nombre y, si es preciso, al ver cómo actúan los que mandan en las cosas de la tierra, los gobernantes, ella, la Iglesia, tiene no sólo el derecho sino la obligación de elevar la voz, de poner nombre a los que así atacan a Cristo. En aras de salvaguardar su misión, la Iglesia tiene que decir lo que está bien y lo que está mal, pero también quién o quiénes están yendo contra la fe y las buenas costumbres.

En el reciente sínodo episcopal que terminaba el 23 de este mes, los 253 obispos de todo el mundo han hablado claro, en muchas cosas, pero a efectos de lo que ahora nos interesa, recordaremos la que se refiere al ruego que han hecho a los sacerdotes de verse obligados a negar la comunión a aquellos políticos que fomentaran o aprobaran leyes que vayan contra el matrimonio o la vida, leyes a favor de los “matrimonio” homosexuales, a favor del aborto, de la eutanasia.

¿Es que la Iglesia se inclina por una opción política concreta? No. y, con la ayuda de Dios, nunca pasará. Habrá opciones políticas que coincidirán con lo que forma parte del bagaje, del patrimonio de nuestra fe y de nuestra moral y otros que coincidirán en menos o en nada. La Iglesia es antes, mucho antes, unos dos mil años aproximadamente antes que cualquier partido político actual de cualquier país del que pudiéramos estar pensando. Por eso: “hoy y mañana seguiré curando y echando demonios”, y así será con la ayuda de Dios que no faltará nunca –“yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los tiempos”- hasta que Él lo disponga, o, como dice hoy el Evangelio: hasta que “llego a mi término”