Lamentaciones 3, 17-26; Sal 129, 1-2. 3-4. 5-6. 7. 8; san Juan 14, 1-6

Los lamparones son esa salpicadura de grasilla o salsa de las comidas que saltan hasta la camisa en cuanto te descuidas. Existen auténticos “maestros de los lamparones,” especializados en mancharse siempre antes de acudir a un acto importante y no tienen con qué cambiarse. Son perfectos conocedores de que los “quita-manchas” no son milagrosos y habitualmente lo que hacen es aumentar la mancha inicial. Lo cierto es que cuando te cae un lamparón, aunque vayas más bonito que un San Luis, toda tu atención cae sobre esa salpicadura, te parece que todo el mundo al saludarte te va a decir: “Llevas una mancha en la camisa” (y pensará: “Será guarro”). Lo cierto es que cuando uno tiene un lamparón removerá Roma con Santiago para librarse de él, antes de llegar a la cita prevista y no quedar en ridículo. A lo mejor algún amigo bienintencionado (o algún enemigo oculto), te diga: “Si casi no se nota, no seas exagerado.” Pero tú sólo tienes ojos para distinguir el lamparón entre la pulcritud de tu ropa.
Hoy es el día en que rezamos por los fieles difuntos. Será difícil hacer el comentario a un Evangelio pues hoy la Iglesia nos propone tres formularos distintos (y nos recomienda a los sacerdotes que celebremos las tres Misas) para rezar por la salvación de los difuntos. Es decir, hoy rezamos por las benditas ánimas del purgatorio. Los que están en cielo (que celebrábamos ayer), no necesitan nuestras oraciones pues ya están con Dios. Los que han decidido la condenación eterna rechazan nuestras oraciones y nada podemos hacer por ellos. Pero hay una inmensa cantidad de nuestros difuntos que han descubierto su “lamparón.” Saben que van a salvarse y eso les llena de alegría, pero no pueden presentarse ante Dios con esa mancha, necesitan purificarse antes de entrar en la presencia de Dios, por nada del mundo se acercarían ante el Amor de los amores con esa mancha. Pero ellos no pueden ya hacer nada por sí mismos (sí por nosotros), y necesitan de nuestras oraciones y sacrificios por ellos.
Nunca rezaremos bastante por las almas del purgatorio. Muchas veces hemos cerrado los ojos a esta realidad, como queremos cerrar los ojos ante la muerte, que sabemos que nos llegará. Hace unos días me regalaban un libro sobre el purgatorio que contiene una revelación privada sobre esta realidad. Entre muchas cosas interesantes cuenta de un alma del purgatorio que se le aparece al autor. Le pide sus oraciones pues era una religiosa que murió con tanta fama de santidad que nadie se acordaba de rezar por ella, pensaban que no le haría falta, y seguía sufriendo de amor por no poder presentarse ante el Amor de Dios. Las almas del purgatorio son una inmejorable compañía en todo lo que hacemos en nuestro día y son agradecidas y buenas pagadoras. Ellas desean que nosotros -en expresión de un santo-, “nos saltemos el purgatorio a la torera” y nos ayudan a hacer siempre todo para la gloria de Dios, amando intensamente a Dios y a los demás en esta vida, sin dejarnos ningún “lamparón” que, por muy pequeño que sea, nos parecerá inmenso ante la “blancura” de nuestro Dios.
Trata a las benditas ánimas del purgatorio, intenta ayudar a muchas en esta vida, notarás su cercanía y su ayuda, te lo aseguro. Nuestra Madre la Virgen, mediadora de todas las gracias, acogerá tus oraciones y las distribuirá generosamente sobre ellas, pues está deseando que lleguen ya definitivamente ante Dios. Vamos hoy, todos los lectores de estos comentarios y a los que animéis a unirse a esta intención, a ayudar a la Virgen a realizar la tarea de ver vacio el purgatorio. Os lo agradecerán.