san Pablo a los Romanos 15, 14-21; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4; san Lucas 16, 1-8

Estos días tengo muy poco tempo, voy corriendo de acá para allá, y creo que no llego a ninguna parte. Cuando uno se “agobia” un poco enseguida salta el orgullo. Cualquier pequeña corrección que te hagan, alguna insinuación poco clara, la “pachorra” de otros que no tienen ninguna prisa te sacan (me sacan), de quicio. En el fondo estás deseando que alguien “meta la pata,” para echarle una bronca descomunal y así desahogarte.
Es en esos momentos cuando hay que echar el freno, irse al Sagrario, aunque sea de noche, y desahogarse allí, descubriendo dónde está tu orgullo, pues allí también está tu corazón.
“Pongo mi orgullo en lo que a Dios se refiere.” Así les habla San Pablo a los romanos y les explica su tono exigente, a veces duro, de algunos pasajes de la carta. ¡Qué maravilla!. El orgullo de San Pablo no está en vanagloriarse de sus obras, de las cosas bien hechas, de sus virtudes -que sabe recibidas de Dios-, ni de su físico (que parece que era bastante feucho), su orgullo está en Dios, sólo en Dios.
¡Qué envidia!. Si los cristianos tuviésemos nuestro orgullo en “no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo,” las cosas nos irían de distinta manera A veces los cristianos, azuzados por los “hijos de este mundo,” somos como una jaula de grillos en la que todos queremos tener razón, sacamos el orgullo para no mirar hacia la Iglesia y hacia Cristo. Nos pasa en grupo y nos pasa personalmente. Ponemos nuestro orgullo en nuestras cosas, pero no en las de Dios. ¡Cuánta gente no conoce a Cristo!. Parece que sólo ha oído hablar de Él en los debates del congreso de los diputados, donde se cita el Evangelio para arrojárselo en la cara a alguien. Sin embargo nosotros hablamos de Jesús con rutina, con desidia, con un tinte de aburrimiento que no movería a nadie a levantarse de su tumbona. La pasión en nuestras conversaciones sobre cuestiones de fe tienen una especie de tono monótono, pero cuando hablamos de fútbol… ¡Ah, el fútbol!, eso sí que mueve los corazones, los ánimos y los traseros. La “fuerza del Espíritu Santo,” -ese Espíritu arrollador, creador, transformador y divino-, se convierte en una cuchufleta de bebé comparado con lo que nos mueve el deporte, la política, las aficiones. Si se habla mal del Papa bajamos la cabeza …, ¡pero si nos tocan a Ronaldo se arma!
¿Dónde está vuestro orgullo de cristianos? nos preguntaría San Pablo si se apareciese entre nosotros, ¿dónde habéis dejado el don de Dios?. Hace falta revitalizar el alma, anunciar con pasión la vida de la Iglesia y el don de Dios, aunque a veces “nos propasemos un poco.”
Los “hijos de este mundo” buscan todo tipo de formas para conseguir lo que quieren. ¿Cómo nos vamos a quedar atrás los hijos de Dios para hacer lo que Dios quiere?. Con medios honrados, lícitos, que nacen de la caridad y el respeto, pero con todos los medios a nuestro alcance.
Santa María siempre está señalándonos el despertador, no podemos ser cristianos dormidos. ¡A trabajar! Y nuestro orgullo: para Dios.