Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6 ; an Mateo 9, 35-10, 1. 6-8

Me ordenó sacerdote el Papa Juan Pablo II. Han transcurrido ya algunos años, y aún recuerdo emocionado el día de la ordenación que tuvo lugar en España. Pero si algo fue emocionante fue el momento en que el Papa me dio el abrazo después de consagrarme sacerdote. Su mirada profunda me llegó hasta los “tuétanos”, y mirándolo fijamente le dije: “Tu es Petrus” (Tú eres Pedro). El Vicario de Cristo en la tierra, el Santo Padre, es el Pastor al que se le ha encomendado el cuidado de las ovejas (los hijos de la Iglesia).

Y es que la figura del que cuida al rebaño era muy querida por nuestro Señor. Un verdadero pastor es aquel que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Por eso debemos rezar tanto por los nuestros. En primer lugar por el Papa, que es al que Cristo ha confiado, en plenitud, el cuidado de toda la Iglesia. Después, hemos de orar por nuestros obispos que, al frente de las diócesis, tienen encomendado conducir a los fieles hacia la verdad… la que nos lleva al amor de Cristo y al prójimo. También son pastores los sacerdotes que, en parroquias, en instituciones religiosas, o allí donde se les pida realizar una labor concreta, sirven a sus hermanos para ser auténticos puentes entre Dios y los hombres. De una manera especial el pastor se hace visible cuando hace las veces del mismo Cristo. Esto ocurre, singularmente, en la celebración de la Eucaristía, donde el sacerdote presta su voz y sus manos al mismo Hijo de Dios.

Así pues, un pastor que es, fundamentalmente, dispensador de los misterios divinos, debe aparecer ante los hombres como alguien que es capaz de dar la vida por llevar un alma a Dios. Sin embargo, esta aptitud suele acarrear susceptibilidades ante muchos y, junto a ello, incomprensiones, resentimientos… e incluso indiferencia en algunos casos. No es precisamente un billete de 500 euros que guste a todo el mundo. Siguiendo los pasos de su Señor, será signo de contradicción ante las banderas que pregonan la idolatría a la mentira y el engaño, el poder y la riqueza, la hipocresía y el hedonismo… Se encontrará frente a los “fuertes” de este mundo, que tratarán de que entre en el juego de “lo políticamente correcto”, o en el flirteo de ideologías e intereses partidistas. Da igual el signo que se represente, si lo que hay detrás de esos devaneos es la manipulación de las conciencias y el éxito rápido y fácil… ¡Nunca será de Dios aquello que carece del signo de la Cruz!

“Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Pedimos a Dios para que surjan más vocaciones, capaces de entregarse plenamente a su servicio, y renunciando a apetencias personales o criterios que el viento arrastra hacia cualquier parte. Por eso es tan importante que esos pastores sean santos. Que sepan ver su vida en el corazón de Dios, que sólo pide almas…¡muchas almas! No existirá otro interés que el recibido de Jesucristo, capaz de entregar su vida hasta la última gota de su sangre, a pesar de la invitación de coronarlo rey al modo del mundo (halagos, aplausos, reconocimiento de los poderosos…). Todo el pago que recibirá el pastor será la gratitud de Dios por ser “servidor, bueno y fiel”.

“Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Tantos dones alcanzados por el poder de Dios no es posible calibrarlos ni medirlos. Tienen como cualidad la eternidad, y están destinados a dar gloria a Dios por siempre. ¡Sí!, necesitamos pastores santos a la medida de Jesucristo.

Una de las mejores maneras de pedir a Dios trabajadores para su mies, es pedir la intercesión eficacísima de Santa María. Ella, de manera especial, es Madre de cada uno de los pastores que pueblan la tierra para anunciar a su Hijo Jesucristo… y nunca los abandonará.