san Juan 3, 11 21; Sal 99, 1 2. 3. 4. 5 ; san Juan 1,43 51

En el Evangelio de hoy escuchamos una historia similar a la de ayer. Jesús llama a Felipe y éste acude a explicárselo a Natanael. En un primer momento Natanael replica, “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Aparentemente tiene razón. En el Antiguo Testamento ni siquiera se menciona ese pueblo de Galilea. Además, ya lo sabemos, Galilea es tierra de gentiles. Por lo tanto, si los profetas no han dicho nada, ¿cómo puede venir de allí el Mesías?
Una objeción semejante a la de Natanael la podemos hacer todos nosotros. Buscamos a Dios en lo extraordinario, mientras que Él nos espera en lo más cotidiano de la vida. Parece que Dios sólo está en el Templo, cuando camina por nuestras calles y nos acompaña en nuestro trabajo. ¡Qué bien lo entendió Teresa de Jesús cuando dijo que Dios también andaba entre los pucheros! Otros santos han recordado la importancia de la vida ordinaria como camino de santidad. Así lo hizo, por ejemplo, san Josemaría Escrivá.
A pesar de su objeción, bien fundada pero errónea, Natanael se fía de Felipe. Este le ha dicho “Ven y verás”. No se entretiene en largas y pesadas discusiones teológicas ni intenta rebatirlo con argumentos más o menos certeros. Para conocer a Cristo y creer en Él hay que acercarse. Juan Pablo II, en el Encuentro Mundial de la Juventud del año 2000, habló del laboratorio de la fe. Es decir, a Jesús se le conoce y se le experimenta. De ahí la respuesta de Felipe: “Ven y verás”. Natanael, que era un buen israelita, conocía las escrituras pero sobre todo tenía mucha rectitud de intención. No convirtió su conocimiento limitado en un prejuicio, y por eso siguió a Felipe.
Cuando llega junto al Señor lo alaba: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Me encanta esta felicitación del Señor, porque Jesús alaba la rectitud de intención. La doblez, la autojustificación, el disimulo… impiden reconocer la verdad. En cambio, cuando uno busca con sinceridad, acaba encontrando.
Pero aún hay algo más grande y más bonito. Natanael conoce al que antes le ha conocido a él. Jesús ya lo había visto y ha ordenado la historia para encontrarse con el que había de ser apóstol. Eso es verdad en la historia de todo hombre. Dios nos ha visto primero, nos ha amado primero. Todo lo ha hecho antes, de tal manera que, de parte suya, no hay posibilidad de fracaso. Queda en el hombre el aprovechar las ocasiones de Jesús para abrazarse a Él.
San Agustín extrae de este evangelio una enseñanza para el apostolado. Vale la pena copiar un largo fragmento. Dice: “Hemos sido buscados para que pudiéramos ser encontrados; una vez encontrados, podemos hablar. No vayamos con soberbia, porque antes de ser encontrados andábamos perdidos, y hemos sido buscados. Y que aquellos a los que amamos y deseamos ganar para la paz de la Iglesia católica no vuelvan a decirnos: ¿Por qué venís a buscarnos si somos pecadores? Precisamente por eso os buscamos, para que no os perdáis; os buscamos porque también nosotros hemos sido buscados; queremos encontraros porque también nosotros hemos sido encontrados.”
Este bello texto nos estimula a no desesperar en nuestro apostolado. Igual que nosotros hemos sido encontrados por Cristo, confiamos en que las personas que queremos también serán ganadas por Él. Esa confianza nos impulsa al apostolado.