Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; san Pablo a los Corintios 7, 29-31; san Marcos 1, 14-20

Hace tres días bauticé en mi parroquia a seis niños de nueve años, antes de recibir la primera Comunión (suele ser conveniente bautizarles antes). En la reunión previa con los padres todos se mostraban muy satisfechos de bautizar a sus hijos a esa edad. Frases como: “Así saben lo que hacen,…” “Yo quería que él decidiese…” “Son más conscientes…” se repetían con una sonrisa en los labios de los padres. ¡Los inconscientes son esos padres! ¿Qué pensarán que es ser cristiano? Parece que seguir a Cristo es como ser del Barça que es más que un club, pero poquito más, pues si hay que decidir entre ir a Misa el Domingo o ver el Madrid-Barça, se quedan con el fútbol.
“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.” Así comienza Jesús su vida pública, anunciando la conversión. A veces podemos caer en la tentación (más que en la tentación, en el error), de creer que la conversión es previa a la llamada. Tengo que intentar cambiar de vida para así poder seguir a Cristo. Hacemos más intentos que yo para dejar de fumar y conseguimos un rotundo fracaso tras otro. Si el bautismo fuera el reconocimiento a una vida virtuosa no habría bautizado a ninguno el otro día. Y esos padres han privado durante nueve años de la acción del Espíritu Santo, de la participación de los méritos de la Iglesia y de la filiación divina a sus hijos durante nueve años. Suena fuerte y será “políticamente” incorrecto, pero o creemos en el bautismo y en su eficacia o no creemos, y esos niños -hasta el otro día-, estaban sin bautizar. Ahora tendrá que hacer un trabajo “extra” el Espíritu Santo.
“Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago… Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes.” Simón, Andrés, Santiago, Juan, tú y yo, no estaban de ejercicios espirituales preparándose para seguir a Cristo, no pusieron excusas diciendo que ellos eran simples trabajadores. Escucharon la llamada de Cristo y “dejaron las redes y lo siguieron.” Zebedeo y los jornaleros no fueron llamados por Cristo en esa ocasión, por lo que siguen con sus tareas.
Cuando oímos hablar de conversión podemos pensar que es un trabajo arduo y complejo hasta que alcancemos a Cristo. Sin embargo, no tengas dudas de que ha sido Él quien te ha llamado, seguramente hace mucho tiempo, y por lo tanto puedes seguirle. Podremos hacernos sordos -como los padres cristianos que no bautizan a sus hijos- y poner mil excusas, pero la llamada y los dones de Dios son irrevocables. Dejémonos ya de pretextos y de dar largas al Señor: de nuestra respuesta dependen muchas cosas. A Jonás le costó ir a Nínive, e incluso le da cierta rabia el que el Señor no cumpliese sus amenazas sobre esa ciudad. No era el mejor predicador del mundo ni seguramente lo hacía con la rectitud de corazón debida, pero “creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños” y se salvó la ciudad.
“El momento es apremiante.” Podemos pensar que las cosas están muy mal y podemos refugiarnos en la crítica o en el ostracismo. Pero eso lo podemos pensar si, como los padres que no bautizan a sus hijos esperando que sean mayores, creemos que todo depende de nosotros y los demás son “demasiado niños” para entender la nueva vida en Cristo, luego les dejamos vivir encerrados en el pecado. Pero desde Dios el “momento apremiante” significa momento de mayores gracias, de nuevas llamadas, de iniciativas de Dios a las que tenemos que responder: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.”
Cuando Israel pensaba que las cosas estaban muy mal, estaban invadidos por una gran potencia, no había profetas y los reyes dejaban mucho que desear, algunos se refugiaron en la montaña, haciendo un pueblo aparte, el pueblo de los justos. Pero fue en una casita de Nazaret donde una joven estaba pendiente de lo que Dios quería y contestó: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Convertirse no es contestar mañana, es decirle hoy, a pesar de nuestra miserias, que si el Señor me dice “ven” lo dejo todo.