Santiago 1, 19-27; Sal 14, 2 3ab. 3cd 4ab. 5 ; san Marcos 8, 22-26

El Evangelio de hoy es muy significativo. Jesús cura a un ciego, pero lo hace en dos pasos y, además, le da una indicación precisa de que no vuelva a su ciudad. Intentemos extraer alguna enseñanza al respecto.
Jesús saca al ciego de la aldea. A veces, para regenerarse del todo hace falta abandonar el ambiente en que nos movemos. Pienso en todas esas iniciativas sociales que crean hogares de acogida para niños abandonados, o en los centros de atención para madres solteras. Cuantas misiones se dedican a crear auténticos hogares en los que puedan encontrarse bien los que, por culpa de sus ambientes, están abocados a una vida desgraciada. Jesús, pues, aparta al ciego de la aldea. Hace que la abandone. Es como si esa aldea fuera la culpable de su ceguera. Es fácil darse cuenta de que, para vivir la fe, no se puede frecuentar cualquier ambiente. Hay sitios en los que ponemos en peligro nuestras creencias, mientras que en otros se nos ayuda a perseverar en el camino cristiano.
Jesús empieza la curación. A diferenta de otros milagros semejantes, Jesús no lo cura de golpe. Podía haberlo hecho, pero sigue un camino distinto. Es un milagro en dos fases. Le toca los ojos y le pregunta: “¿ves algo?”. Ese hombre empieza a distinguir cosas, pero aún no ve con claridad. Lo mismo pasa en tantas personas que empiezan a acercarse al Señor. Ven un poco, comienzan a intuir la verdad que se oculta en el Evangelio, pero aún no disfrutan de esa nitidez propia de la fe formada. Por eso han de mantenerse al lado de Cristo, para que nos conduzca a la plena visión. Si aplicáramos este texto a la enseñanza sobre los sacramentos descubriríamos, por ejemplo, la importancia de la confesión frecuente, o de la comunión asidua. En ambos sacramentos, cada uno con sus peculiaridades, se va disponiendo nuestra alma para mejor conocer a Dios y tener una mirada más limpia sobre todas las cosas.
Por tanto, necesitamos perseverar al lado del médico de las almas. En esta escena percibimos también una llamada a no creernos curados del todo. Nadie puede decir: Yo ya veo todo claro. Al contrario. San Pablo recuerda que ahora vemos como en un espejo. En la vida eterna sí que gozaremos de la plena visión. Aquí necesitamos continuamente que nuestra vista sea sanada por los sacramentos.
Finalmente Jesús le da un mandato explícito y muy claro. “No entres siquiera en la aldea”. Lo ha mandado a casa, pero con una prohibición taxativa. No le pide que no viva en la aldea, sino que insiste en que ni siquiera entre. ¿Por qué? Es sencillo. Es muy fácil perder la vida de la gracia si no la cuidamos con esmero.
A veces una persona creyente y practicante nota que su vida de piedad comienza a enfriarse y, al final, sin darse cuenta se encuentra con que ya no está seguro de nada e incluso se olvida de las oraciones más elementales. ¿Qué lugares frecuentó? No nos referimos sólo a los físicos, sino a las compañías. Hay relaciones que nos hacen crecer y nos confirman en la fe y otras que nos apartan.
Que la Virgen María proteja nuestro camino para que nuestros pasos nos acerquen más al Señor y nos ayuden a aumentar nuestra fe.