Isaías 55, 10-11; Sal 33, 4-5. 6-7. 16-17. 18-19 ; san Mateo 6, 7-15

Llevábamos bastante tiempo sin que lloviese en Madrid. Parecía que el hombre del tiempo había hecho un “lapsus mental” y se olvidaba de poner unas nubecitas entre las isobaras del mapa en esta ciudad. El sábado me marché a dar una vuelta a caballo con unos chavales de la parroquia. San Casimiro nos protegió y la hora que duró el paseo no cayó una gota, pero después se puso a diluviar. Lo que en otro tiempo hubiera sido motivo de queja se convertía en una bendición y, aunque hiciese más molesta la conducción o hubiese abortado algunos planes, se convertía en motivo de agradecimiento. Falta nos hace el agua en estos andurriales.
“Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar,…” Llevamos años de sequía espiritual y, aunque el Señor nos ha regalado algunos chaparrones de gracia (como la vida de Juan Pablo II, de la Beata Teresa de Calcuta y de tantos santos, conocidos y anónimos, del siglo XX), el mundo necesita la oración constante y persistente de los hijos de Dios. A veces la oración nos puede parecer molesta o que rompe nuestros planes, puede parecer ineficaz o que no sea una urgencia de nuestro tiempo. Sería como si cada gota de lluvia se sintiese demasiado pequeña e inútil para descender de la nube y, por su egoísmo o falsa humildad, la tierra se resquebrajase de sed. Puede parecer que tu oración y la mía son muy poca cosa, que desaparece absorbida por el barro del mundo, pero va formando ríos y lagos subterráneos que, aunque invisibles, alimentan a los grandes árboles que hunden sus raíces en busca del agua. Por eso ni una jaculatoria, que a veces no dura más de un segundo, es indiferente. El mundo está sediento de la oración de los cristianos, aunque no quiera reconocerlo.
“Cuando recéis, no uséis muchas palabras.” Hay que aprender a rezar, aunque no haya métodos ni reglas fijas para todos. La relación con Dios es personal y no existen métodos para hacer amigos. Cuando rezamos comunitariamente es porque rezamos los amigos de Dios y, por lo tanto, amigos entre nosotros. Un autor espiritual contemporáneo cuenta que le pedía a Dios el don de la piedad para poder disfrutar de la oración y así dedicarle su tiempo a Dios. Y escuchó una moción de Dios que le decía algo así: “Tú dame tu tiempo y yo te haré disfrutar de él.” Es necesario marcarnos tiempos especiales de oración, no esperar a tener un “sentimiento favorable” hacia Dios. Acércate a Él y disfrutarás de tus ratos de oración. Y cada rato de oración, cada “Progenitor A nuestro” (perdón, quise decir Padre nuestro, pero con estos tiempos que corren), que reces por las calles de tu pueblo o ciudad se irá convirtiendo en un río que fecunda las calles de nuestro mundo.
La Virgen María no usa paraguas, deja que la Palabra de Dios la empape e inunde así el mundo entero. Pídele a ella que nos resguardemos de la Palabra de Dios y de su gracia que se derrama tan abundantemente.
[Nota aclaratoria para los que leen estos comentarios fuera de España: lo de “progenitor A”, es una alusión a una ley que se ha inventado el gobierno español para llamar al que antes, sencillamente se llamaba “padre”, parece que no quieren discriminar por cuestión de sexo… Señor, qué tiempos]