Miqueas 7, 14-15. 18-20; Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12; Lucas 15, 1-3. 11-32

Lo intenté, pero no lo conseguí. Para los que no conozcáis Madrid esta ciudad es ahora una inmensa zanja con edificios a los lados. He procurado durante estos meses renunciar a Gallardón (el alcalde), a sus pompas y sobre todo a sus obras. Pero anteayer fue imposible. Para llegar a donde iba fueron poniendo vallas y cambiando sentidos hasta que te encontrabas en el atasco. Dos horas para un recorrido que habitualmente se haría en quince minutos. Parece que, en algunas ocasiones, escojas el camino que escojas, estás abocado al atasco.
“Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.” De mil formas distintas se puede comentar la parábola del hijo pródigo, pero quiero fijarme en esta decisión: “Me pondré en camino.” La cuaresma, la verdad es que cualquier momento, es el tiempo apropiado para tomar esta decisión de ponerse en camino. Pero a veces nos puede “echar atrás” el miedo a los atascos: los propósitos de otras veces no cumplidos, la añoranza de nuestro “hombre viejo,” el engaño del pecado y las insinuaciones del demonio, el clima social tan frívolo. También el hijo pródigo podía haberse quedado pensando en el hambre que tenía y amilanarse ante la perspectiva de un viaje de regreso a casa. Muchas veces son esos miedos los que demoran nuestra conversión.
El hijo pródigo se puso en camino alentado por la esperanza de un mendrugo de pan, y se encontró con un buen plato de ternera. A veces podemos tener la sensación de que el camino es muy duro y peligroso para poca recompensa. Como si Dios fuera un tacaño y rencoroso. Pero medita en tu oración de hoy “¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia.” Es verdad que nosotros, que conocemos nuestros pecados e infidelidades, podemos creer que nos merecemos más que un pequeño pedazo de pan. Pero Jesús nos enseña, y nos muestra con su vida, su muerte y su resurrección, que Dios se sobrepasa en la Misericordia. No se complace en que lleguemos al final del camino exhaustos y agotados, sino que saldrá a nuestro encuentro, nos abrazará y nos guiará hasta el final del camino, aunque tenga que ser llevándonos en sus brazos. No se trata de hacer planes sobre lo que Dios te tiene que dar, ni por exceso ni por defecto, pero te aseguro que siempre te sorprenderá.
Es hora de ponerse en camino, no hagas demasiados planes para el viaje, no lleves alforja ni túnica de repuesto. Simplemente ponte a caminar hacia la casa de tu Padre.
Otro aspecto más. En la casa de este Padre bueno nadie está sin ocupación. Cuando llegas y, una vez recuperadas las fuerzas, estarás junto a Dios Padre oteando el horizonte y saliendo en su compañía a recoger a los otros hermanos que van volviendo a casa. Si vives en casa del padre y no te alegras de que lleguen otros, tal vez sea que estás viviendo en una pensión, y eso no es la Iglesia.
Nuestra madre la Virgen te ayudará a evitar todos los atascos con los que te puedas encontrar en tu camino de vuelta al Padre. Prepárate una buena confesión esta cuaresma y no tengas miedo a llegar al destino. La Virgen y San José te indicarán el camino, por muchas zanjas que existan.