Isaías 7, 10-14; 8, 10; Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 11 ; Hebreos 10, 4-10; san Lucas 1, 26-38

Hoy celebramos la solemnidad de la Encarnación. El ángel le anuncia a la Virgen que Dios va a hacerse hombre y que ella es la elegida como Madre. Ha sido predestinada desde toda la eternidad para esta misión maravillosa. Este texto de vocación, que dicen los teólogos, indica el sentido de la fe. Creer, como hace la Virgen, es dejar que Dios intervenga en nuestra vida. La Madre de Dios nos muestra esa fe absoluta en lo que Dios le pide: “hágase en mí según tu palabra”.
Fijémonos en cómo procede Dios. En La santa Virgen de modo eminente, pero también en todos nosotros. El ángel la saluda diciendo: “llena de gracia”. Es verdad que se le va a pedir una colaboración importante pero, como indica san Agustín, “nunca se nos pide nada por encima de nuestras fuerzas”. Y el santo llama aquí “fuerzas” a lo que nosotros somos capaces de hacer teniendo en cuenta el concurso de la gracia.
Pero todas esas gracias no quitan que Dios espere nuestro libre consentimiento. Hay que cooperar. Dios quiere entrar en el mundo contando con nuestra aceptación. Y María dice que sí. Es maravilloso. Con su libertad decidió a favor de todos los hombres. Por ello los padres espirituales recomiendan que, en momentos de tentación, recurramos a su auxilio y ayuda. Lo que a veces no puede nuestra libertad enferma lo logramos con la intercesión de María.
Además la Virgen es espléndida en su respuesta. Podía haberse limitado a decir sí. Pero va más allá. No dice “lo seré”, sino “soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Es decir, se pone totalmente en manos del Señor para ser modelada por Él y conducida por Él a lo largo de toda su vida. Bien sabe que quien da el encargo provee abundantemente de los medios para cumplirlo. Por eso la fe es dejar hacer a Dios. A veces tenemos la tentación de pensar que creemos, pero después nos da miedo abandonarnos en el Señor. Tenemos nuestras prevenciones. Se trata de una fe condicionada. María se abandona totalmente.
Siguiendo ese ejemplo san Luis María Grignon de Montfort propuso el camino de la esclavitud mariana. Decía el santo que hay personas que buscan la perfección con mucho esfuerzo. Y ese camino se hace largo y conduce al desaliento. Proponía la alternativa de ponerse en el corazón de María para ser modelados por ella. Es decir, hacerse esclavos de la Esclava. Ella es el molde en la que seremos formados como perfectos hijos de Dios. Es un camino más sencillo en el que la que es Madre del Verbo ejerce también de madre nuestra. Ella que formó en su seno al Hijo de Dios encarnado también nos va ayudar a conformarnos a su Hijo Jesucristo.
La Anunciación es también el modelo de lo que sucede en nuestra vida diaria. El Señor quiere entrar en nuestra historia personal, no sólo en la del mundo. Para ello hemos de abrirle las puertas arriesgando nuestra libertad como hizo la Virgen y sabiendo que Él nunca defrauda. Como a veces somos indecisos es bueno recurrir con insistencia a nuestra Madre para que nos ayude a cumplir con nuestra vocación.