Hechos de los apóstoles 14, 5-18; Sal 113 B, 1-2. 3-4. 15-16; san Juan 14, 21-26

Este mes es de locos en las parroquias. Entre primeras Comuniones, bodas y bautizos estamos todo el día para arriba y para abajo. En mi parroquia más de ochenta niños harán su primera Comunión, lo que significa bregar con más de ciento sesenta padres que quieren que la celebración sea perfecta (aunque la mayoría no venga a Misa los domingos). Comprendo que cada uno tenga cien mil exigencias y, en situaciones normales diría que no tengo tiempo para nada más. Pero de pronto descubren una enfermedad a mi padre y habrá que operarle cuanto antes y, entonces, se saca más tiempo del que uno creía que disponía. Lo que realmente importa es ayudar a mis padres en todo lo que necesiten y, el resto, se acaba haciendo también. Cuando te cambian los planes es cuando uno se da cuenta de lo que realmente es importante y en vez de perder el tiempo en lo que tienes que hacer, simplemente haces lo que debes, y la vida te cunde mucho más.

Celebramos hoy en la ciudad de Madrid a San Isidro, nuestro patrón. Un personaje curioso pues tenía todas las bazas para pasar desapercibido en la historia de la entonces pequeña Villa de Madrid y del mundo entero, pero que descubrió lo que realmente era importante: amar a Dios y amar a los demás por Dios, y así  tiene su hueco en la historia y, lo que es más importante, en el Cielo.

“En aquellos días, se produjeron en Iconio conatos de parte de los gentiles y de los judíos, a sabiendas de las autoridades, para maltratar y apedrear a Pablo y a Bernabé; ellos se dieron cuenta de la situación y se escaparon a Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y alrededores, donde predicaron el Evangelio.” Pablo y Bernabé también se dieron cuenta de lo realmente importante. Huyen del peligro pero no se esconden ni dejan de predicar. A veces nosotros ante la primera contrariedad dejamos de anunciar a Cristo, eso es muy triste, significa que no nos hemos dado cuenta de lo que realmente importa. Más triste es cuando también dejamos de anunciar al Señor cuando nos adulan -«Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos.»-, y empezamos a anunciarnos a nosotros mismos. Entonces es momento de decir con el salmista: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” Y así, una vez que nos damos cuenta de lo que realmente importa, tendremos tiempo para todo y no nos agobiará el hablar de Cristo, será lo normal en nuestra vida, nuestra primera ocupación y no nuestra preocupación.

Este mes, decíamos al comienzo, con tantas celebraciones en torno a nuestras iglesias, sería un mes vacío si no son celebraciones que nos ayuden a amar más a Cristo. Podremos hablar de regalos, trajes, comilonas y florecillas, pero si nos olvidamos de quién es el realmente importante, habremos perdido el tiempo. Tantas celebraciones pueden agobiarnos, hacernos perder “el norte,” por eso en medio de tanta actividad es necesario pararse, incrementar la oración  y pedirle luces al Espíritu Santo. “Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”  Ojalá consiguiésemos que todos los que se acerquen a nuestras parroquias recordasen lo realmente importante de la vida, y también lo recordásemos nosotros mismos: amar a Dios y saber que Dios nos ama. Así, como San Isidro, tendremos nuestra paginita en el libro del Cielo

Este mes de mayo nuestra Madre la Virgen nos recuerda, día tras día, que para cuidar a nuestro padre de la tierra y a nuestro Padre del cielo no existe la excusa de que no tenemos tiempo. Cuando sabemos lo que realmente importa tenemos tiempo para todo.