Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22; san Pablo a los Romanos 8, 14-17; san Mateo 28, 16-20

Este domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Es el misterio de la vida de Dios. Recuerdo cuando estudiaba la dificultad que tenía para adentrarme en las disquisiciones teológicas. ¿Cómo explicar que es un solo Dios y, sin embargo, Tres Personas distintas? Porque es muy fácil cosificar el misterio, ya sea con los conceptos ya con la imaginación. Si bien es verdad que toda la realidad lleva las huellas de su autor, también lo es que Dios está más allá de todas las cosas. Por eso es más fácil de Dios decir lo que no es que no lo que es. Si digo que Dios no es una piedra, queda claro. En cambio, si digo que Dios es bueno, como realmente sucede, corro el peligro de imaginar que es bueno como yo lo soy y entonces lo reduzco. La bondad de Dios es infinita, coincide con su ser, y la nuestra es participación de la suya pero no el modelo. Es como querer imaginarse a partir de una línea de color en el papel todo lo que los grandes artistas han pintado a lo largo de los siglos. ¿Tiene algo que ver el color con las Meninas de Velázquez o los Girasoles de Van Gogh? Sí. Pero la distancia es insalvable. Lo mismo sucede, pero en grado máximo entre nuestra bondad y la de Dios.
Se cuenta que un día San Agustín caminaba por la playa y se encontró a un niño que había hecho un agujero e iba tirando dentro de él cubos de agua. El santo le preguntó: “¿Qué haces?”. A lo que respondió el niño: “Quiero meter todo el mar en este agujero”. “No ves que es imposible” –le respondió. “Más imposible es intentar entender, como tú pretendes, el Misterio de la Trinidad”. En esa anécdota queda sintetizada una gran realidad. Dios me ha manifestado su vida íntima y yo no puedo dejar de contemplarla, porque es el Misterio más grande que se nos ha dado a conocer. No hay nada mayor ni digno de ser amado que el mismo Dios, que me abre su interior y me muestra su vida: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. No lo entiendo, pero a fuerza de contemplarlo voy descubriendo que Dios es así, y que de esa manera se relaciona conmigo. No lo entiendo, pero sé que es verdad.
San Ignacio recomendaba, al hacer oración, pensar con qué Persona íbamos a tratar. Si soy alguien delante de Dios es porque Dios es alguien ante mí. No hablamos con un monolito ni con una energía difusa. Hablamos con un Dios personal, que existe desde siempre, perfecto en sí mismo, que difunde su amor creador, redentor y santificador. Es más, que inhabita personalmente en nosotros. Un Dios grande e inabarcable, pero que no nos esconde su Misterio aunque nosotros no alcancemos a atisbar toda su inmensidad.
Que María, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y esposa del Espíritu Santo nos ayude a amar la Trinidad y a entrar en su vida íntima.