libro de los Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47, 2-3a. 3b-4. 10-11 ; san Mateo 7, 6. 12-14

Dentro de unos días tendremos el privilegio en España de tener un carné de conducir por puntos. Es decir, el gobierno nos regala doce puntazos (un poquito rácanos, podían ser doce mil), para que los vayamos gastando según aparquemos en doble fila, corramos algo más de lo debido o se te olvide ponerte el cinturón o los tirantes. Una vez que entregues el último punto entregas también el carné de conducir y a volver a la Auto-Escuela, previo pago de las clases. Escuchaba el otro día por la radio que el anuncio de la puesta en marcha de este tipo de carné en otros países había bastado para que descendiese el número de infracciones y accidentes. En España no, hasta que no se lo quiten al vecino, no escarmentaremos.

“Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos.” ¡Otro aviso del que no hacemos ni caso!. Parece que en las predicaciones nos cuesta hablar del camino que lleva a la perdición. Espero no tener que llegar al infierno para enterarme de que tengo allí un buen número de feligreses, a los que nunca avisé de que se podían condenar. Tenemos como cierto pudor a dar miedo a la gente, a asustarla (o asustarnos), con la posibilidad de la condenación. Es verdad que lo que tiene que movernos es el amor a Dios y a los demás por Dios. Tan cierto como que en la conducción debería bastarnos con ser buenos ciudadanos y respetar los derechos de los demás, para que no se produjeran accidentes.

“¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.” En muchas de nuestras predicaciones y ratos de oración hemos expulsado a la Guardia Civil, a los policías municipales y a cualquiera que pueda indicarnos que el camino puede estar equivocado. Si “todos los caminos conducen a Roma” sería estúpido no elegir el más cómodo. Si quisiera ir de Madrid a Burgos y pudiese elegir entre una autopista y un camino de cabras, sería un excéntrico si decidiera ir por el camino incómodo. Pero si la autopista acaba en Valencia y el único camino que lleva a Burgos es el estrecho, sería estúpido esperar que la autopista cambie sola de dirección, o me contentase con rebautizar a Valencia y decir que para mí es Burgos. Al igual pasa en la vida espiritual: el camino de la mentira, la codicia, la sensualidad, el egoísmo, la violencia o el materialismo no llevan a la vida, llevan a la muerte, aunque muchos se empeñen en decir que eso es vida. Lo dice bien claro el Señor: “No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros.”

Y ¿por qué el camino es estrecho? ¿Es que el Señor se empeña en fastidiarnos? No, el camino del Señor es gozoso y alegre, sólo parece estrecho a quien quiere llevar demasiado equipaje innecesario. Cuando uno comprende que “sólo Dios basta,” le sobra todo lo demás y Jesús y tú cabéis perfectamente por el camino de la vida, bien cogidos del brazo. Puede parecernos tan difícil como que Ezequías venciese a Senaquerib, pero éste con todo su ejército se volvió a casita.

El Señor no nos da doce puntos, nos da millones de posibilidades de volver a su misericordia y regresar al buen camino, cada día conduciéndonos mejor en la vida. No temas haberte equivocado de camino y, cada noche, en el examen de conciencia, asegúrate que vas por buen sendero, preguntando a tu Madre la Iglesia. Siempre se puede volver al camino, por mucho que te hayas equivocado.

Nuestra Madre la Virgen conoce bien el camino que lleva a la vida, a su Hijo. Deja que ella te guíe.