Jeremías 7, 1-11; Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a. 11 ; san Juan 11, 19-27

Santa Marta me cae muy bien, lo confieso. Me encanta cómo se comporta en el Evangelio y el camino que recorre hasta entender lo que Dios quiere de ella. La escena en su casa de Betania, cuando María se echa a los pies del Señor y ella no da abasto para preparar la mesa me enternece. Me la imagino mirando desde la cocina, intentando llamar la atención, incluso dejando que cayera algún plato y se rompiera para llamar la atención. Pero ni Jesús ni su hermana le hacen caso. Al final ya no aguanta más y explota: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?”.

Quería ocupar el centro de la escena, pero ese le corresponde a Jesucristo. María fue más lista y se encadenó a él, a sus pies. Por eso está en el centro, por entender que el centro es Cristo. Marta quería ser reconocida por sus obras y estas no le importaban a nadie. Al final parece que lo entiende y pudieron sentarse todos a la mesa.

Hay quien utiliza esta escena del Evangelio para contraponer la vida activa a la contemplativa. Yo ni quito ni pongo al respecto, porque hay contemplativos que sólo se miran a sí mismos y personas de vida activa que sería mejor que no hicieran nada. Lo mismo al contrario y cruzado. Vamos, que hay de todo. Lo importante es quien está en el centro: si Dios o nosotros. Seguro que en el cielo hay muchas cocineras y personas que se han pasado años fregando suelos o lavando ropa. Y seguro que disfrutarán de una manera especial del Banquete del Reino. Porque, al final, todo se reduce en con quién y para quién hacemos las cosas.

Una de las películas más católicas que yo conozco se titula El festín de Babette. En ella una sirvienta católica que ha tenido que huir de Francia es acogida por dos solteronas protestantes en un país nórdico. Un día, en agradecimiento, les organiza un fastuoso banquete. La sirvienta, antes de su huida, era una afamada cocinera. Aquella comida transforma la comunidad protestante al punto que personas que no se hablaban salen de la cena abrazándose. El secreto de aquella mujer era el amor que la ayudaba a hacer todas las cosas lo mejor posible y a poner los bienes materiales, porque se arruina con aquella fiestaza, al servicio de algo más grande.

El Evangelio nos cuenta pocas cosas de Marta. Ahora está en el cielo riéndose, seguramente, de los platos que rompió.