Jeremías 14, 17-22; Sal 78, 8. 9. 11 y 13 ; san Mateo 13, 36-43

Más de media España está de vacaciones. Han metido en el coche la sombrilla, la tumbona y a la suegra, y se han lanzado en busca de la playa, a dorarse bajo el sol. Seguramente tengan los mismos atascos, esperas y enfados que en su ciudad de origen, pero a los que nos quedamos en Madrid nos dejan bastante tranquilos. Aparte de las estréchese del apartamento y de las horas extras de siesta, en vacaciones solemos disponer de más tiempo, que no podemos dejar de utilizar para intimar más con Dios.

“En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.” A veces nos puede pasar como a San Agustín, nos hemos pasado el año buscando a Dios por fuera, haciendo un montón de cosas y de actividades, y no hemos entrado en casa, a ver si estaba allí. Hemos podido predicar, hacer grandes montajes, dedicar horas y horas de nuestro tiempo a la parroquia o a actividades pastorales, y seguimos sin entender lo que Dios quiere de nosotros.

Qué bueno sería que en esta época, tal vez más tranquila aunque adormilados por el calor, nos decidiésemos a “entrar en casa” y pedirle al Señor: “Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.” Acláranos nuestra vida, ayúdanos a entender lo que quieres de nosotros, lo que estamos haciendo y lo que quieres que sigamos haciendo. Muchas veces hemos podido caer en rutinas, en prejuicios o en olvidos, que tenemos que cambiar o dar más vivacidad. También podemos ver la vida con un cierto pesimismo, como con tristeza o desesperación, y es momento de recuperar la alegría, de tomar aliento para el curso que viene y retomar la oración tranquila y calmada, que tal vez nos es más difícil durante el curso.

“Entrar en casa” es dejar de hablarle a Dios, para dejar que Él nos hable. Es mirar el mundo con los ojos de Cristo y descubrir la actuación de la Providencia y las inspiraciones del Espíritu Santo que tal vez hayamos dejado pasar de largo.

“Entrar en casa” no es prepararse un refugio para huir del mundo, es mirar el mundo con ojos nuevos y saber que Cristo ha vencido al mundo. Es descubrir la cizaña y el trigo y no escandalizarse ni creer que todo está perdido. Es saber, como nos recuerda San Pablo, apegarnos a lo bueno y desechar lo malo, y no confundir, en un extraño revoltijo, lo bueno y lo malo.

“Entrar en casa” es encontrarnos tranquilamente con Jesús y, junto a Él, con su madre, que procura que en la casa de Dios nos sintamos como en nuestra propia casa.