Jeremías 30, 1-2. 12-15. 18-22; Sal 101, 16-18. 19-21. 29 y 22-23 ; san Mateo 14, 22-36

Parece que todo el mundo tiene teléfono móvil, o celular como dicen en Hispanoamérica. Si ya es una tortura el teléfono fijo (acaba de llamar la señora que todos los días pregunta a qué hora es la misa de 19,30), llevarlo siempre encima es una maldición. La gente llama para las cosas más peregrinas, y a veces dan ganas de estamparlo contra una pared. Pero hay que reconocer que es un buen invento. Hay momentos en que estás pasando una mala racha y la llamada de ese amigo que no esperabas, te puede volver a hacer recuperar la alegría. Es una manera de tener siempre cerca de los amigos (aunque también a los que están como las maracas de Machín), y también es una forma de estar nosotros cerca de los amigos, y saber llamar de vez en cuando.

“Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? -oráculo del Señor-. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.» Cristo es una especie de teléfono móvil, que Dios Padre ha puesto a nuestra disposición. Aunque “tus amigos te olvidaron, ya no te buscan,” Cristo jamás está lejos de nosotros, es el único que nos acerca a Dios Padre y nunca, nunca nos abandonará.

A veces puede parecernos que se ha quedado en la orilla, mientras nosotros navegamos en el proceloso mar de la vida. Seguramente más que quedarse Él, es que hemos decidido partir sin Jesús, dejarle en la estacada, vivir nuestra vida al margen del Señor. Pero aún así él se acerca a nosotros. Y aunque nos parezca increíble, pensemos que no somos dignos, que se tiene que haber equivocado, Él se acerca a nosotros. Aunque pensásemos que éramos incapaces de volver a Dios, aunque nos veamos rodeados de aguas embravecidas y la orilla nos parezca muy lejos, Él se acercará a nosotros.

Y aunque nos pueda asustar, pues a veces asusta que Dios nos quiera tanto, a pesar de, escucharemos sus palabras: “¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!,” y la paz llegará a nuestro corazón. Y tal vez nos den ganas de hacer locuras, locuras de amor, como se le ocurrió a Pedro andar sobre las aguas. Entonces, ¡hazlas!. El Señor no recrimina a Pedro el haber salido de la barca, sino el tener miedo de seguir a Cristo y dudar de su camino, aunque nos parezca imposible. Pero aún así sigue cerca, te agarrará la mano y te llevará con Él.

Miremos nuestra vida. Tal vez llevamos demasiado tiempo confiando en la precariedad de nuestra cáscara de nuez, creyéndonos seguros cuando una ola un poco más fuerte puede hundirnos. Y tal vez llevemos demasiado tiempo sin hacer una locura de amor por Dios, comunicado a sus llamadas, pues estamos ocupados en otras cosas.
“Realmente eres Hijo de Dios.” Díselo a Jesús en brazos de su Madre, nuestra Madre, y en la debilidad del niño encontrarás la fuerza frente a toda adversidad, frente al más virulento oleaje de la vida. ¡A ver qué locura hacemos hoy!