san Pablo a los Corintios 2,1-5; Sal 118, 97. 98. 99. 100. 101. 102 ; san Lucas 4, 16-30

Un autor francés dijo que el amor es una palabra que aunque se diga miles de veces siempre suena de forma diferente, siempre dice algo nuevo. Lo mismo, con mayor motivo podemos decirlo de la Palabra de Dios. Porque Dios es Amor y todo lo que nos ha duicho tiene un valor permamente y capacidad para suscitar siempre algo nuevo en nuestro interior.
Jesús con su presencia en la sinagoga, aquel sábado, manifiesta varias cosas. Por una parte testifica que todo el Antiguo Testamento habla de Él. Todo lo que estaba anunciado se cumple en Jesús. Las Escrituras hablaban de Él. Es lo que afirma aquel día en la sinagoga de Nazaret. De esa manera nos enseña que todo lo que Jesús nos promete está llamado a cumplirse. ¿En qué momento? Cómo indica Jesús “hoy”.
Los que asistían aquel sábado en la sinagoga pensaban que la palabra de Dios era para otro día. En definitiva no esperaban que la Palabra de Dios tuviera una capacidad efectiva en la historia ni en sus vidas. De esa manera se cerraban a la acción de la gracia.
Por el Misterio de la Encarnación Dios ha entrado en el mundo. La salvación ya está aquí. A veces podemos caer en la tentación de que la felicidad que Dios quiere darnos sólo es para después. Podemos colocarla exclusivamente después de la muerte. De esa manera convertimos nuestra vida presente en una simple sala de espera en la que no cabe más que aburrirse o ponerse nerviosos mientras esperamos que nos toque el turno. Ciertamente la felicidad que Dios nos promete se da plenamente en la vida eterna. Pero ya aquí y ahora Dios se encuentra con el hombre y lo transforma. Ya hoy suceden cosas en nuestras vidas.
Sorprende también que aquellos hombres acabaran deseando matar a Jesús. Aplicado a nuestra vida espiritual podemos preguntarnos si muchas veces no hemos obrado de manera parecida. Por ejemplo hay personas que se apartan de algunos grupos de fe o de la parroquia porque se dan cuenta de que Dios les propone un cambio de vida. Entonces se asustan y se apartan. Les gustaría que la Palabra de Dios no tuviera esa inmediatez, que no los llamara a un cambio inmediato. ¿Por qué no esperar a más adelante?
Si asistimos a la Iglesia, cada día o los domingos, hemos de estar dispuestos a que Dios nos diga algo. No podemos escuchar pensando que ya sabemos lo que Dios va a decir. La Palabra de Dios es válida para cada día de nuestra vida. Por eso hemos de leerla y escucharla con asiduidad, pero siempre sabiendo que el Señor puede decirnos algo nuevo. Eso significa apertura de espíritu y docilidad. No podemos colocarnos ante la Sagrada Escritura con una mente cerrada. La Palabra de Dios siempre es más profunda y densa, inagotable, de lo que nosotros podemos imaginar.
Cuando vamos a rezar y también cuando asistimos a la Iglesia para la celebración de la Eucaristía hemos de invocar al Espíritu Santo. Si no es así corremos el riesgo de ponernos ante la Palabra de Dios de una forma meramente humana. Es lo que sucedió a aquellos hombres de Nazaret. Por eso reaccionaron de aquella manera. Primero redujeron la Palabra de Dios a algo meramente humano, la pusieron al nivel de cualquier otro discurso. Por eso apelan al conocimiento que tienen de Jesús. Dicen que es el hijo de José. Pero cuando el Señor se enfrenta a ellos y le dice que les falta fe, entonces quieren matarlo.
Que María, que respondió al ángel “hágase en mí según tu palabra” nos enseñe a escuchar la Palabra de Dios como hacía ella, estando siempre dispuestos a que se cumpla en nosotros lo que Dios dice.