Corintios 6, 1-11; Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b ; san Lucas 6, 12-19

Este verano, hablando con un feligrés y amigo, me hizo notar que en las matrículas de los automóviles de España (que constan de cuatro números y tres letras), se habían “saltado” las que empezaban por la letra “E.” Primero creí que se equivocaba y conduciendo iba buscando matrículas que empezasen por la “E,” pero sin éxito. Realmente se habían comido la letra E para comenzar las matrículas. Un día, de los variados que he ido este verano al taller, le preguntamos al mecánico y nos dijo que tampoco habían empezado por la “A.” El motivo no lo sabía, pero llegamos a la conclusión de que no sólo era la “E” la excluida en primer lugar, sino que serían todas las vocales. Al tiempo se lo cementé a un policía amigo, que me miró con cara paternalista y me dijo: “Eres imbécil, ninguna de las tres letras es una vocal.” Resulta que es verdad y, a pesar de todo, sigo sin saber el motivo. Lo cierto es que lo que comenzó buscando una letra “E” al comienzo de las matrículas, acabó en el descubrimiento de que son las cinco vocales las excluidas del trocito de metal. Y es que a veces nos fijamos en una parte y no llegamos, hasta muy tarde, a descubrir el todo.

“En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles.” ¿Qué pensarían los apóstoles? En algunas películas sobre Jesús aparecen ilusionados, como si les hubiese tocado la lotería, pero me imagino que está más cerca el “temor y temblor” del que habla San Pablo. Sólo llegaban a vislumbrar una parte de lo que les esperaba, buscaban la “E” al principio de la matrícula, sin fijarse en ninguna de las otras letras. Es como cuando te preguntan “¿Por qué te hiciste sacerdote?” Me gustaría contestarles que todavía no sé lo que es ser sacerdote. Tal vez, en casi quince años, haya descubierto que tampoco hay matrículas que empiecen por la letra A, pero aún me queda un montón de cosas por descubrir. Me imagino que al final me mirará Jesús con cara paternalista y me dirá: “Eres imbécil, el único sacerdote soy yo.” (Pero lo dirá con cariño). Por eso los apóstoles estarían temblando, no sabían dónde se metían, ni intuían lo que iba a cambiar sus vidas, pero se pusieron a seguir a aquel que los había llamado por su nombre.

Los corintios no se habían enterado lo que el bautismo había hecho en ellos, antes podían ser malos “pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por Espíritu de nuestro Dios.” Querían volver a su antigua vida, pero San Pablo les recuerda su nueva condición. Así nos pasa también a nosotros, de vez en cuando queremos volver a lo que nosotros creíamos que Dios quería de nosotros, sin darnos cuenta que nunca nos hemos enterado muy bien.

No sé si la Virgen María conocía todas las implicaciones de la vocación singularísima que Dios le había confiado, pero se fiaba completamente de Dios. Vamos a pedirle a ella que nos ayude a aceptar siempre y en todo la voluntad de Dios y que jamás creamos que ya sabemos todo lo que Dios espera de nosotros, pues siempre nos sorprenderá.