Corintios 12, 12 14. 27 31 a; Sal 99, 2. 3. 4. 5 ; san Lucas 7, 11-17

Hay personas que lo pierden todo. No me refiero a que no se puedan permitir algún capricho, o tengan que apretarse el cinturón; es que se quedan sin nada de nada. Hoy, gracias a Dios, hay muchas obras asistenciales que pueden ayudar a los que están en esta situación y, quien más, quien menos, procura invertir en su futuro para no ser una carga para los demás.

“Resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.” Al drama de perder al único hijo, que ya es bastante, tenemos que pensar en el futuro de esa mujer. En la sociedad de entonces una mujer viuda y sin hijos no tenía derecho a una pensión, ni a la beneficencia, ni ponerse a trabajar para ganarse un sueldecillo. Esa mujer estaba abocada a la mendicidad. Cuando se le acabasen sus ahorros, si es que los tenía, tendría que dedicarse a recoger los deshechos de la recolección del grano, o a pedir de puerta en puerta. Con la muerte de su único hijo no sólo perdía su corazón, perdía también la esperanza. A pesar del “gentío considerable” que le acompañaba, tenía un nuevo puesto en el “status social” de la época, y no era exactamente de la “jet-set.” Por eso Jesús, al devolverle la vida a su hijo también le devolvió la vida a la madre. Esta viuda no se encontró con un “gran profeta,” se encontró con la esperanza donde imperaba la desesperación.

Tal vez a nosotros, mucho menos trágicamente, nos pase algo parecido. Nos van quitando poco a poco la esperanza, parece que nuestra vida está abocada al fracaso o, lejos de tener ideales grandes y nobles, nos vayamos conformando con vivir de pequeñas migajas de alegría que encontramos en nuestro camino, mientras nos rebozamos en la tristeza o en la desesperación. Esto nos suele pasar cuando ponemos nuestra esperanza en las cosas (que nunca llenan el corazón), o en algunas personas a las que tú crees que le importas y realmente sólo te están utilizando y pasan completamente de ti. Y entonces cuando se muere la confianza que habías puesto en esas cosas o en esas personas, parece que se te ensombrece el horizonte y te entregas a la mendicidad espiritual o te sientes fracasado.

Esto sería tristísimo si pasase entre los cristianos, pero gracias a Dios (nunca mejor dicho), seguimos a Cristo que nos dirá: “No llores,” y, a los rescoldos de esperanza que quedan en el corazón, y que no dejan de ser un don del Espíritu Santo, les dirá: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!,” y podrás seguir viviendo con el señorío de los hijos de Dios, sin que nada te falte.

“Ambicionad los carismas mejores.” Con la última frase de la carta a los Corintios de hoy comenzaremos mañana, pero eso será mañana.

La Virgen, ante cada pequeña adversidad, nos recuerda que del Señor “somos su pueblo y ovejas de su rebaño” ¿Podremos encontrar mejor Pastor?