Corintio 15, 12-20; Sal 16, 1. 6-7. 8 y 15 ; san Lucas 8, 1-3

Hace unos días impartía un cursillo prematrimonial. Eran muy pocos, sólo tres parejas, Septiembre es un buen mes para casarse, pero es algo peor para ir a cursillos. Hablábamos de Jesucristo. Como se podía tener diálogo les pregunté: ¿Vosotros creéis que Jesús ha resucitado? Se hizo el silencio, hasta que uno dijo: ¿La pregunta tiene trampa? Así de triste es la vida de tantos que se llaman cristianos y no saben en quién creen y cuales son los contenidos de su fe. Como he dicho muchas veces no son malos, son gente más buena que yo, pero tan ignorantes.

Para San Pablo la pregunta no tiene ninguna trampa. “Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.” Ojalá todos tuviésemos la misma convicción que San Pablo. Parece que nos da como cierta vergüenza hablar de las realidades últimas. Preferimos hablar de lo que se puede pesar, medir y contar que del destino final al que somos llamados.

Hoy que es el día de la “ira islámica” contra los católicos (no sólo contra Benedicto XVI), aunque llaman a la ira “controlada.” Lo cierto es que el iracundo no se controla, justamente se sale fuera de sí y no controla sus reacciones. En vez de “ira controlada” podrían llamarlo “día del mosqueo generalizado,” “jornada de cabreo conjunto” o algo así. Espero y rezo para que no pase nada, pero no se dan cuenta que, por mucho daño que puedan hacer, nunca podrán hacer daño a los hijos de Dios, pues estamos en sus manos para la eternidad. Por eso siempre habrá lugar en el corazón del cristiano para la misericordia, para el perdón, para dar la vida por los demás.

En el Evangelio vemos a Jesús evangelizando con los doce y algunas mujeres que “le ayudaban con sus bienes.” Seguir a Jesús no reporta ningún beneficio material, es más, lo más seguro es que pierdas tus bienes materiales para aferrarte a los espirituales. Si somos realmente conscientes de que estamos llamados a la resurrección, cambiaremos completamente nuestra visión de la vida y nuestras prioridades. Si Cristo no hubiese resucitado, entonces “comamos y bebamos que mañana moriremos.” Pero si Cristo ha resucitado anunciemos la verdad del Evangelio y la misericordia de Dios, aunque nos cueste la vida, entregada por el bien de los demás.

Nuestra Madre la Virgen reafirmaría a los apóstoles en la fe. En su pobreza ellos descubrirían la riqueza que Dios nos concede, en su Asunción descubrirían el destino de gloria a la que Dios nos llama. No nos quedemos atrás en el seguimiento de Cristo.