7/1/2007, Domingo de la 2ª semana de Navidad. El Bautismo del Señor
Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28, 1a y 2.3ac-4.3b y 9b-10 ; Hechos de los apóstoles 10,34-38; san Lucas 3,15-16.21-22

Mis vecinos no son molestos. No suelen hacer ruido por las noches, sólo tiran algún petardo cuando gana el Real Madrid y no parece que sean demasiado cotillas. Espero yo tampoco molestarles a ellos. Los vecinos tienen la ventaja de que cada uno tiene su casa. Una vez que cierran la puerta de su vivienda cada uno puede tener los problemas que quiera, pero en la calle todo es simpatía y cordialidad (habitualmente). Llevo demasiados años viviendo solo, si algún vecino se metiese a vivir en mi casa seguramente me molestaría. Por caridad podría aguantar algún tiempo, pero estoy convencido que acabaría pidiéndole que se fuese a su casa y me dejase tranquilo.

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.” ¡Ah, sorpresa! Dios no es un vecino. Hoy, fiesta del Bautismo del Señor, con la que terminamos la Navidad, recordamos también nuestro propio bautismo. Ese Dios nos hizo sus hijos. En el Hijo de Dios hecho carne nosotros hemos sido hechos “hijos en el Hijo.” Sería mucho más “cómodo” que Dios fuera nuestro vecino. Le visitamos un rato, merendamos en su casa y luego nos vamos a la nuestra, cerrando bien la puerta al llegar. Así, tristemente, vivimos a veces nuestro bautismo. Como hijos emancipados, es más, como completos desconocedores de Dios. Le visitamos un rato al día, a veces semanalmente y en ocasiones ni eso, y nos olvidamos de Él. Queremos que Dios se quede en su casa y nosotros en la nuestra.

Pero como dice un dicho español: “Cada uno en su casa y Dios en la de todos.” Dios es Padre, y nosotros somos hijos. Somos amados y predilectos de Dios. No podemos pretender que Dios se desentienda de nosotros, ni nosotros alejarnos de Él. “Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.” Así es Dios con nosotros.

Hoy es día para recapitular todos nuestros ratos de oración ante el Belén. Hoy es día de dar gracias a Dios por todo y, especialmente, por el bautismo. Hoy es día de contemplar a Jesús y decir, con Juan Bautista, “es Él, el que esperábamos, en el que se cumplen todas las promesas de Dios, en el que se cumple nuestra esperanza.” Por muy grande, hermosa, bien decorada y cómoda que nos parezca “nuestra casa” es una chabola de cartones comparada con la morada que Dios nos ha preparado. Y no sólo para la vida eterna. Hoy, ahora, desde el mismo instante de tu bautismo, puedes decir. Soy hijo de Dios” y llamarle Padre. ¿Puede haber algo más gozoso? No sé por qué nos empeñamos en alejarnos de Dios, como adolescentes en la edad del pavo. Como si Dios se gozase en molestarnos y amargarnos la vida, cuando es todo lo contrario. Dios, nuestro Padre, está deseoso de que seamos felices, que disfrutemos de la vida, que sintamos la libertad de vivir como hijos de Dios, superando la esclavitud del pecado.

Al tener a Dios como Padre tenemos a la Virgen como Madre. Ella es la que arregla la casa de nuestra vida y nos hace sentirnos realmente cómodos. No queramos irnos a casa extraña y disfrutemos de nuestra casa, que es la Santa Iglesia.