12/1/2007, Viernes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 4, 1-5. 11; Sal 77, 3 y 4bc. 6c-7. 8; san Marcos 2, 1-12

¡Por fin! Seis años después de poner el confesionario en mi parroquia (antes era considerado un mueble inútil, y por lo tanto era inexistente), después de unos cuantos centenares de horas sentado allí, de un buen número de libros leídos en su interior, de alguna que otra siestecilla y de algún pensamiento sobre la futura aparición de almorranas, ayer por fin –repito-, se confesó alguien de menos de 25 años (y será aproximadamente el sexto menor de 65). No es que no se confiese nadie joven en mi parroquia, pero habitualmente tengo que decirles: “Tú, a confesarte que ya te toca,” y se confiesan, pero eso sólo se lo puedo decir a los que voy conociendo. No es un logro mío, lo sé. Es más, me ha ayudado a pensar en la de veces que en los días de diario no me he sentado y me he quedado en la sacristía porque “total, para los que vienen ya me encuentran.” Así que, como creo que me hace falta descansar, hago propósito de descansar pero dentro del confesionario, que tal vez dentro de otros seis años venga alguien joven a confesarse.

“Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, siguiendo aquel ejemplo de rebeldía.” La vida cristiana no debe ser muy cómoda cuando se nos promete el descanso eterno, es broma, pero lo cierto es que hay que cansarse por el Señor. La rebeldía consiste en no querer adherirse a la fe, gastarse por Dios, y decidimos dedicar nuestra vida a nosotros mismos. Entonces rehusamos el entrar en el descanso de Dios. Tenemos que gastar la vida y, aunque nos parezca que hacemos el tonto, si es por Dios, bien gastada está. El cristiano debería ser una persona felizmente cansada, pero que sabe descansar en el Señor. Hay días que por una enfermedad, por un disgusto, por algún pecado o por la propia rutina podemos estar muy cansados. Hay quien piensa que la solución es quedarse en la cama y despertarse a la hora que Dios quiera (siempre a partir de las 10, que como Dios quiera antes le callamos la boca). Seguramente (a no ser que estés enfermo), al día siguiente te encuentres igual de cansado, enfadado y mosqueado que el día anterior o seguramente más. Sin embargo si el día que te sientes muy cansado te acuestas a tu hora, duermes lo suficiente dejando descansar tus problemas en Dios y al día siguiente, por la mañanita, haces un rato de oración y te pones a hacer lo que debes hacer, seguramente te encuentres con nuevas fuerzas. Cuanta gente a veces me dice: “es que el cuerpo me pide dormir.” Ni que hubieran descargado un camión de ladrillos. Yo les digo que lo que tienen cansado es el alma, no el cuerpo, y para ese descanso no hace falta almohada, basta con rezar y en muchos casos con confesarse bien.

Y así hemos vuelto al principio, el confesionario. Yo confieso muy poco porque soy un tarugo, no porque la gente tenga poca formación. Pero Dios se sirve también de los tarugos. Si hacemos como los amigos del paralítico y llevamos, primero a cada uno de nosotros, y después, sin vergüenza, a nuestros amigos a que se confiesen, delante del Señor en el confesionario, tal vez consigamos que los curas nos aburramos menos y nos ayudéis a despabilar. Hay curas que confiesan mucho, tal vez sea por los que confesamos tan poco: distribuyamos el trabajo.

La Virgen es Madre de toda la humanidad, no tiene tiempo de dejar de estar pendiente de nosotros, pero está descansada pues descansa en Dios. Que ella nos enseñe.