14/1/2007, Domingo de la 2ª semana de Tiempo Ordinario
Isaías 62, 1-5; Sal 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c ; Corintios 12, 4-11; San Juan 2, 1-11

Me imagino que si lees este comentario es que tienes ordenador (en Hispanoamérica tienen computadoras, pero es lo mismo). Los que llevamos ya unos cuantos años usando estos cacharros nos damos cuenta de lo que han evolucionado. No sólo en rapidez (siempre han hecho las raíces cuadradas más rápidos que yo, aunque creo que tienen mi misma idea sobre el uso de las raíces cuadradas). Sin duda una de las características que más ha cambiado es la capacidad del disco duro. Cada día caben más y más datos, y siempre se llena. Cuando compras un ordenador nuevo dices: “Con este disco duro tengo para toda la vida,” y después de unas cuantas películas, unos cientos de canciones y algunos miles de fotos ya te estás comprando un disco duro externo de mayor capacidad. El otro día me trajeron para imprimir un disquete, hacía años que no veía ninguno, gracias a Dios encontré guardada en un cajón una antigua disquetera externa que aún funcionaba y pude imprimir el archivo. Disco duro, disco lleno, y si no te lo crees espera un poco.

“Su madre dijo a los sirvientes: – «Haced lo que él diga.» Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: – «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.” Como del matrimonio hablamos en muchas ocasiones, hoy me voy a fijar en estos sirvientes. Sin duda estarían preocupados por la improvisión de los novios. A ellos serían a los que se dirigiría la gente exigiendo una “copichuela”, y tendrían que excusar a los contrayentes con mil excusas. No podían ni imaginar que ese artesano de Nazaret pudiera hacer un milagro. Podrían haberse quedado “paralizados” intentando buscar una solución, buscando vino de casa en casa para hacer una mezcla extraña, pero insípida y de baja calidad. Sin embargo pensaron que estaban allí para servir, y es lo que hicieron. Debieron descubrir en María una auténtica preocupación por el cariz que tomaban los acontecimientos y, a pesar de no comprender, se fiaron de ella. La palabra de Jesús, la Palabra de Dios encarnada de la que hablábamos ayer, no dejaba lugar a discusiones. Y ellos no fueron tacaños, cubo tras cubo del pozo (el grifo se inventaría más tarde), consiguieron seiscientos litros de agua, llenando las tinajas “hasta arriba.” Así consiguieron la mejor cosecha de la historia, con confianza, fidelidad, perseverancia y esfuerzo.

Así es nuestra vida. Mucha gente nos va a pedir alegría, esperanza, una palabra de aliento. Creen que viven felices, emborrachados en la antigua cosecha de sus egoísmos, sensualidades, diversiones y posesiones. Pero siempre querrán más, esas copas no se paladean a gusto y se apuran rápido. Nosotros, como María, podemos darnos cuenta de lo que ellos ni se enteran, que están abocando su vida al fracaso y a la tristeza. Entonces recurrimos a Jesús, sabiendo que “hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.” Si somos generosos, con confianza, fidelidad, perseverancia y esfuerzo, en hacer que los dones de Dios rebosen en nosotros, no nos contentamos con tener suficiente para nosotros o decimos al Señor “ya basta,” entonces repartiremos alegría y esperanza. Tal vez nunca se den cuenta, ni nunca nos lo agradezcan, pero lo sabremos tu y yo como pequeños sirvientes, el Señor y nuestra Madre la Virgen.

“Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.” No tenemos derecho a privar al mundo de la alegría, a racanear con lo que Dios quiere de nosotros. Seamos generosos con Dios y con los demás. No temamos que no quede suficiente para nosotros, ¡sobrará!. Cada vez que acortamos un rato de oración, que aplazamos la Eucaristía para otro día, que dilatamos nuestra confesión frecuente, que dejamos un acto de caridad para “otro momento,” es un cubo menos que echamos en las tinajas. Cuando estemos cansados de trajinar con cubos de un lado a otro mira a la Virgen, su mirada te dirá: “No te canses, sigue, confía y palparás las maravillas de las primicias de Dios.”