17/1/2007, Miércoles de la 2ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 7, 1-3. 15-17; Sal 109, 1. 2. 3. 4.; san Marcos 3, 1-6

Hoy, día de San Antonio, Abad, aparecerán en las noticias las largas colas de dueños de animalillos que se acercan a la Iglesia para que bendigan a sus mascotas. Es una imagen simpática que se repite años tras año. Hay animales de todo tipo, grandes, pequeños, feos, hermosos, viscosos o peludos, pero para cada uno de sus dueños su animal es el más guapo, listo, cariñoso y especial del mundo entero. Parece increíble que una señora, de pinta respetable, se dedique a darle besitos a su iguana, pero así somos. Cuando en las noticias aparece un hombre apaleando a su perro, o las pobres focas, o las simpáticas ballenas arponeadas, decimos: ¡Qué bestias!, pero no dejan de emitir esas imágenes para movernos el corazón a la compasión y, si se puede, movernos la cartera hacia alguna asociación de defensa de los animales. Me gustan los animales (excepto las babosas, no sé por qué), pero creo que a veces miramos a los animales para dejar de mirar a la humanidad, tan deshumanizada.

-«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» A esta pregunta los que vigilaban al Señor se quedaron callados. Para no buscarse líos el Señor podía haber mirado hacia otro lado (hay tantos enfermos, tantos pobres, tantas desgracias), y nadie se lo hubiera echado  en cara. Pero el Señor mira al hombre, nos mira a nosotros, con nuestros pecados, nuestras fragilidades, nuestras miserias. El Señor nunca rehuye sanar al enfermo. A veces nosotros no tenemos la mirada de Jesús, preferimos olvidar el problema. No vemos en la televisión los cuerpos mutilados de los niños que no llegan a nacer, víctimas del aborto, cambiamos de canal cuando alguna vez (y es algo diario), nos muestran la hambruna en distintos países, cruzamos de acera cuando vemos a alguien durmiendo el la calle, tal vez subamos el volumen del televisor cuando escuchamos los gritos de pelea del matrimonio de la puerta de al lado. El no hacer nada no significa que no hagamos nada bueno o malo, no es indiferente moralmente. Habitualmente la pasividad es mala.

“Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.»” No es fácil encontrar a Jesús airado, pero esta es una de esas ocasiones. La Iglesia, los cristianos, muchas veces miramos como Cristo. Gracias a Dios son miles de personas y cientos de instituciones católicas que se encargan de los que el mundo no quiere mirar. A lo mejor nos gustaría que los documentos de la Iglesia nos hablasen de la peste negra (creo que ya no existe), como algo curioso y anecdótico. Pero nos habla de esos niños (unos cuantos mientras lees este comentario), que parece que “sobran” en el mundo, de esa legión de hombres y mujeres que viven en la pobreza ante la indiferencia de tantos. Y la Iglesia no sólo habla, actúa, aunque reciba muchas críticas por ello. No podemos perder la sensibilidad hacia los problemas del mundo. No podremos arreglarlos todos, pero no podemos dedicarnos a volver la vista a los animalillos. Tendríamos que decir un sí grande a la vida, a toda vida, pero especialmente a la vida humana. No podemos permitir que nos insensibilicemos, como tantos y tantos a los que esos problemas no les preocupan.

A una madre buena le preocupan sus hijos, a nuestra Madre del cielo le preocupamos todos. Echémosle una mano a cuidar de toda la gran familia humana.