25/1/2007, Jueves de la 3ª semana de Tiempo Ordinario. La Conversión de San Pablo
Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116, 1. 2; San Marcos 16, 15-18

Hoy celebramos la fiesta de la Conversión de san Pablo. También hoy concluye el octavario de oración por la unidad de los cristianos. La primera lectura de hoy narra la conversión del apóstol. Quien era apasionado persiguiendo a los cristianos, porque los consideraba enemigos del judaísmo, seguirá siéndolo después, pero para anunciar el Evangelio.

La conversión de Saulo es un lugar común. Se la cita para indicar cuando alguien cambia radicalmente, de la noche a la mañana. Saulo cae de bruces ante el Señor que sale a su encuentro y su vida se transforma. Ese hecho lo vivirá san Pablo como una manifestación de la misericordia divina. Precisamente, al saberse elegido por Dios, Pablo, que se da el título de “el último de los apóstoles” y se define como “aborto”, buscará mostrar ese amor a todos los pueblos. Se sentirá segregado precisamente para que el Evangelio salga de los confines palestinos y se extienda a toda la tierra. Y en sus cartas aparecerá en muchas ocasiones el término “elección”.

Hoy esa palabra molesta. Precisamente, en una clase comentaba a los alumnos que ellos habían sido llamados por Dios, y estos se mostraban un poco molestos. Como si su elección fuera en contra del resto de la humanidad. Es justo al contrario, como se ve en el ejemplo de Pablo. Hace años dijo Juan Pablo II: “La predilección con la que Dios escogió a Israel como a su pueblo, no es un acto de exclusión sino de amor hacia toda la humanidad. La concepción sacramental de la historia de la salvación no ve en la elección especial de los hijos de Abrahan, y después de los discípulos de Cristo en la Iglesia, un privilegio que “encierra” y “excluye”, sino el “signo e instrumento” de un amor universal”. Así lo entendió también san Pablo, predicador infatigable, enamorado de Jesús, que se estimaba todo basura comparado con su Señor.

Quizás podemos, a la luz de la conversión de Saulo, pensar en cómo Dios también nos ha llamado a nosotros. Porque Él nos ha amado nosotros podemos anunciar ese amor a los demás hombres. Uno de los grandes lemas del apóstol era “La caridad de Jesús nos obliga”. No se sentía atado más que por el amor de Dios que se había fijado en él. A su vez, él respondió con firmeza: “sé de quién me he fiado”.

Santo Tomás hace un comentario adecuado sobre un hecho accidental. Dice que en la liturgia de los domingos se lee siempre un fragmento de las epístolas paulinas. Lo compara al hecho de que también se reciten salmos. Dice que es así porque tanto el rey David, a quien se atribuye la autoría de los salmos, como Pablo, alcanzaron misericordia. Se proclaman esos textos para indicarnos que también nosotros somos objeto de ese mismo amor condescendiente de Dios. El mismo Tomás recuerda que todas las cartas paulinas, que abordan muchos temas, tienen un solo hilo conductor: la gracia.

En esta fiesta somos llamados a pedir la intercesión del Apóstol para que también nosotros podamos, como él, decir un día: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.