03/02/2007, Sábado de la 4ª semana de Tiempo Ordinario. San Blas, obispo y mártir
Hebreos 13, 15-17. 20-21, Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6, Marcos 6, 30-34

En el cartel publicitario de una marca de bebidas alcohólicas leí un día esta frase “Ya descansarás cuando mueras”. También en muchas otras ocasiones he oído esta expresión: “El trabajo lo hacen los cansados”. La primera era una simple incitación al desenfreno y al consumismo, pero ocultaba una verdad, la del descanso eterno para aquellos que mueren en gracia. Seguramente quienes atendieran al mensaje profundo de aquel anuncio quizás se lleven una sorpresa cuando se cierren sus ojos a la luz de este mundo, pero no deja de ser verdad que el descanso definitivo sólo lo encontraremos en Dios.

También es cierto que los que más cansados van por la vida son aquellos en los que más podemos confiar a la hora de encargarles algo. La experiencia así lo indica. Todos sabemos que, por regla general, la gente verdaderamente disponible va muy cansada porque todos tiran de ellos. En el Evangelio de hoy encontramos una ilustración de este hecho.

Los apóstoles habían ido a evangelizar y a la vuelta el Señor los invitó a descansar. Dice el Evangelio que “eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer”. Como descubrimos en el texto tampoco esta vez lograron su propósito. El mismo Jesús que los invita a ir a un lugar apartado, al ver a la multitud que los seguía y sentir lástima de ellos se puso a enseñarles con calma.

Sorprenden muchas cosas de esta escena. Para empezar nos ilustra Jesús que no tiene prisa por despedir a aquella gente. Estaban cansados pero les enseñó sin prisas. Es decir, les dedicó el tiempo necesario y además sin irritarse. ¡Cuántas veces el cansancio nos juega la mala pasada de perder los nervios! Jesús se sobrepone al cansancio, porque hay un bien mayor que es la salvación de los hombres.

Pero también vemos en el texto que el Señor quiere que descansemos. La actividad, también la apostólica, exige saber medir las fuerzas para poder dedicarse mejor a la tarea. Nosotros, sin el descanso necesario, no seríamos capaces de esa calma que Jesús manifiesta. Por eso el Señor invitó a sus apóstoles a descansar. El hecho del descanso aparece ya en el Antiguo Testamento, desde el momento de la Creación. Dice la Biblia que el séptimo día Dios descansó e Israel entendió siempre que había un día dedicado al Señor que además era para no trabajar. La Iglesia conserva esa enseñanza sobre el domingo, día centrado en la Eucaristía, pero también para estar con la familia y descansar del trabajo.

El último aspecto que podemos señalar en este breve comentario es que los apóstoles se fueron a descansar con Jesús. Más o menos todos tenemos claros que nuestro trabajo hay que ordenarlo a Dios. Pero, ¿qué pasa con el descanso? Pues lo mismo, que también ha de estar ordenado a Él. No pueden existir aspectos o momentos de nuestra vida en los que excluyamos al Señor. Por eso san Juan Bermans, preguntado sobre que haría si supiera que iba a morir en seguida respondió aquello de que seguiría jugando en el patio.

Que la Madre de Dios nos ayude a saber vivir con el Señor todos los momentos de nuestra vida, tanto en el trabajo como en el descanso para que un día podamos entrar en el descanso definitivo del cielo.