18/02/2007, Domingo de la 7ª semana de Tiempo Ordinario
Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23, Sal 102, 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13 , Corintios 15, 45-49, San Lucas 6, 27-38

Siempre me ha parecido «graciosamente» asombroso el modo en que el sermón de la montaña suscita reacciones opuestas, según se le mire de lejos, de lado, o de cerca. Lo miran de lejos los «poetas», los fabricantes de estampitas, y muchos feligreses que, desde su asiento, imaginan estar escuchando una declaración de buenas intenciones: a todos ellos les parece la utopía más bella que ha sido pronunciada sobre la tierra… De lado lo miran aquellos que, mientras escucha las palabras de Jesús, homenajean con pataditas o golpean con el codo al sufrido cónyuge que tienen sentado junto a ellos, como diciéndole: «¡A ver si te enteras, que eso va por ti!», o, peor aún: «¡A ver si se lo cuentas a tu madre!»… Y, de cerca… de cerca lo mira esa persona que viene al confesonario a contarme que su cuñada le hace la vida imposible, y que no tiene por qué aguantar tanta impertinencia. Cuando a esa persona le sugiero que ore por su cuñada, y que trate de sonreírla y mostrarse cariñosa con ella, me contesta como si acabara de introducir mi dedo en su ojo derecho: «¡Oiga! ¿Usted me ha visto a mí cara de imbécil? ¿qué quiere? ¿que encima me ponga de felpudo para que me pise más todavía? ¡Buenos, sí, pero no tontos!»… Era la misma persona que asentía cuando escuchaba las palabras del Evangelio… Pero ahora ha visto el sermón de la montaña «de cerca», y, claro, es distinto.

Estábamos mirando a las nubes, mirando al marido o a la mujer, mirando a la cuñada, o mirando nuestros propios dolores… Pero la enseñanza que late en estas palabras de Vida sólo puede escucharse mirando al Crucifijo. «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen»… Mira, y entiende que tú y yo fuimos, a causa del pecado, enemigos de Cristo, y lo clavamos en una Cruz, pero desde allí nos amó como jamás nos ha amado nadie, y desde allí nos bendijo y nos regalo su gracia.

«Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra»… Y entenderás que, tras golpear, con tu primer pecado, la mejilla de Jesús, Él no se retiró, se quedo junto a ti exponiéndose a que le golpearas de nuevo. «Al que te quite la capa, déjale también la túnica»… Tú y yo le quitamos al Señor la Vida, y Él nos regaló su cuerpo en alimento. Y sigue, sigue leyendo tú sin apartar la mirada del Crucifijo, y sin olvidar que esas palabras llegan hasta ti, hoy domingo, desde los labios gozosos y triunfantes de Jesús resucitado, que ni es un tonto ni es un perdedor. Lee, y siéntete dichoso de haber sido amado así. Siéntete querido sin merecerlo, siéntete agraciado hasta que revientes de gozo, siéntete avergonzado por haber sido respondido de este modo en tus crímenes…

Siente cómo, al pie de la Cruz, todo ese Amor llega a ti en el abrazo de la Virgen… Y, ahora, ahora que eres feliz, haz con los demás lo que el Señor ha hecho contigo. Y recuerda siempre que hace falta ser muy dichoso para entender estas palabras y cumplirlas.