19/02/2007, Lunes de la 7ª semana de Tiempo Ordinario
Eclesiástico 1, 1-10, Sal 92, 1ab. 1c-2. 5, san Marcos 9, 14-29

Procuro rezar todos los días por aquellas personas que se confiesan conmigo.

Mientras hago esa oración, en ocasiones le pregunto al Señor, asombrado, cómo es posible que quienes llevan ya varios años recibiendo a través de mis pobres manos el sacramento el Perdón no se hayan cansado ya de mí… Y es que siempre les digo lo mismo. Con palabras distintas, empleando una entonación diferente, con más o menos énfasis, con circunloquios más o menos largos, en voz alta o en voz baja… Pero confieso que llevo años sin decir otra cosa a quien acude a mí: «reza». La mayor variación que me permito en este mensaje es: «reza mucho». No creo haber dicho otra cosa en todos mis años de magisterio; la fórmula de la coca-cola la desconozco; las recetas de Simona Ortega me sobrepasan; los libros de moral al uso me aburren… Por eso, cada vez que ponen ante mí pecados terribles o problemas desgarradores, de una forma o de otra, siempre les acabo por decir: «reza». Y lo mismo les digo cuando lo que me presentan son pecados veniales y problemillas sin importancia. Otras veces, después de escuchar detenidamente a una persona, no me atrevo a aconsejarle nada, y entonces le pregunto: «¿rezas?»; cuando me contesta, ya me atrevo a aconsejarle: «entonces, reza»… Soy un plasta.

Lo peor de ser un plasta, en lo que a mí respecta, es que lo soy a sabiendas. Sé que por mí mismo no puedo nada, y que las recetas para solucionar problemas se acaban cuando se acaba el problema. Por eso, estoy convencido de que mi misión en este mundo es situar a los hombres frente a Dios… después, que se apañen ellos. Con una persona que es fiel a la oración iría yo hasta el fin del mundo sin temer nada; de manos de quien no reza no iría ni al bar de la esquina. He visto a personas en situaciones límite, sumidas en la desesperación y rodeadas de tragedias verdaderamente graves. Les he visto comenzar a rezar, conocer a ese Dios al que creían tener «demasiado aprendido» y sorprenderse hasta caer de rodillas; Dios me ha permitido contemplar el modo en que ellos descubrían el Amor de Cristo. Y, créeme, después de varios años, los problemas de muchos no se han solucionado; pero te aseguro que son personas enormemente dichosas, dichosas y enamoradas, que alaban a Dios día y noche y sonríen con la facilidad con que muchos se quejan de todo.

«¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?», le preguntan los discípulos al Señor, después de haber fracasado a la hora de expulsar un espíritu inmundo. Se lo están preguntando al Hijo de María, a Aquél que adelantó su hora merced a la oración de su Madre. Y entonces, quien fue concebido en una tarde de oración, respondió de la única forma que sabía: «Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno»… Señor, eres un plasta; bendito seas.