02/03/2007, Viernes de la 1ª semana de Cuaresma
Ezequiel 18,21-28, Sal 129, 1-2. 3-4. 5-7a. 7bc-8, san Mateo 5, 20-26

En un momento muy delicado llega el primer viernes de Cuaresma. Muchas personas honradas y decentes de España están muy indignadas por las actuales decisiones de “mandar a casa” a cumplir su pena a un asesino irredento de veinticinco personas. La gente ha salido a la calle a manifestar su malestar, viejecitas se confiesan de decir palabrotas cuando ven las noticias en la televisión, la frase de unos y otros, sin distinción de color político, es: “¡Qué vergüenza!” No voy a hacer hoy un comentario político, no es lo mío ni la finalidad de esta página, ,pero en momentos críticos llega la Palabra de Dios y parece que hoy golpea realmente la conciencia.

“Así dice el Señor Dios: Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva?” Lo que quiere el Señor, lo que queremos los cristianos, es que cada uno se convierta. No puede caber en el corazón de un discípulo de Cristo el querer que nadie, ni el más malo del mundo, se condene. Dios es Padre y está deseando que todos los hombres se salven. Pero como decía San Agustín: Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Hace falta convertirse de los pecados y practicar el derecho y la justicia. Nunca nos daremos cuenta del daño que hacen nuestros pecados al mundo, cuanto más cuando se ha quitado una vida humana. Por el más pequeño pecado deberíamos darnos cuenta que una vida es poco para reparar. ¡Cuánto más deberían temblar aquellos que se consideran justos o justificados!. La ley de los hombres puede fallar, pero jamás la justicia divina pues “Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.” No hay segundo ni tercer grado. Puede parecer un recurso de consuelo, pero yo tengo que decírselo estos días a muchos: Confía en la justicia de Dios.

La justicia de Dios no es nuestra revancha, ni nos da la razón a lo que pensamos en esta vida. Creo que el día en que veamos (si la misericordia de Dios nos concede salvarnos), a los que el Señor diga “apartaos de mi, malditos” sentiremos por ellos una gran tristeza. Podían haber recuperado su vida, pero se eligieron a sí mismos (no se elige ninguna causa que justifique la muerte de nadie), y se perdieron para Dios.

Nunca he matado a nadie, creo que nunca me he peleado con ninguna persona y ni tan siquiera he dado a nadie un tortazo, pero no puedo ponerme al margen de la justicia de Dios. Mirando hoy a la cruz, haciendo el ejercicio del Vía Crucis, comprenderé que por mis pecados ha muerto el justo, el Hijo de Dios pende en la cruz. Y le pediré al Señor que me ayude cada día a reparar, a ser misericordioso, a procurar la salvación de todos, también la mía, y a sembrar el mundo de paz y misericordia.

Una espada traspasó el alma de la Virgen María. Mis pecados, los pecados de los asesinos y de los violentos, vuelven a traspasar el corazón de nuestra Madre inmaculada. Señor, concédenos hoy comprender que nos jugamos mucho, nos los jugamos todo, y aunque recibamos el aplauso de los hombres no podemos poner en peligro la eternidad.