07/03/2007, Miércoles de la 2ª semana de Cuaresma
Jeremías 18, 18-20, Sal 30, 5-6. 14. 15-16, san Mateo 20, 17-28

Aunque nos cueste reconocerlo, de entrada, a nadie le gusta ocupar el último lugar. Es verdad que algunos se reservan, pero hay muchas humildades que son preparadas. Como decía san Josemaría Escrivá, la verdadera humildad no la conocemos cuando nos humillamos nosotros sino cuando otro nos humilla. El Evangelio de hoy nos muestra que los apóstoles también hubieron de aprender el camino que conduce al último lugar.

Santiago y Juan, por decirlo de alguna manera, no se andaban con rodeos. Habían visto algo grande en Jesús y, malentendiendo su mesianismo, se proponen para los mejores cargos. Lo que piden los hijos del Zebedeo lo deseaban también todos los demás. Por eso se indignan.

No siempre está claro cuál es el último lugar. Existe una tentación que consiste en quedarse al margen, no implicarse, con la excusa de que no queremos protagonismo. Jesús nos da una clave. Dice: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. La clave interpretativa la encontramos en la actitud de servicio. Servir es reinar nos dice la Iglesia. Pero dicho servicio puede conllevar en ocasiones ocupar primeros lugares. Pienso en el Papa. A los ojos del mundo puede parecer un cargo deseable pero os cristianos sabemos la responsabilidad y el sufrimiento que comporta. Sin embargo, como firmaba Pablo VI, podemos decir del Sumo Pontífice que es “el siervo de los siervos de Dios”.

Estar en el último lugar, elegirlo, supone estar siempre en disposición de ser llamado para lo que haga falta. Es decir, conlleva e estar siempre a punto para servir en lo que haga falta. Espiritualmente acabamos estando contentos sólo cuando ocupamos el lugar que Dios tenía pensado para nosotros. Porque sea cual sea nuestro lugar en la Iglesia debemos estar allí para servirla.

La finalidad del servicio en la Iglesia es la salvación de los hombres. Jesús, que es Dios, se rebajó y dio su vida en rescate por muchos. Servir significa asociarse a la obra redentora de Jesucristo. Por tanto podemos decir que servimos cuando nuestras obras, sean cuales sean, cooperan a ese fin: la salvación de los hombres.

Que la Virgen María, que se llamó a sí misma, la esclava del Señor, nos enseñe desde su corazón de Madre a ser servidores de Dios en bien de los hombres, y servidores de los hombres para mayor gloria de Dios.