14/03/2007, Miércoles de la 3ª semana de Cuaresma
Deuteronomio 4, 1.5-9, Sal 147,12-13.15-16.19-20, san Mateo 5, 17-19

Había un aforismo del derecho que decía: “dura lex, sed lex”!. Significa que aunque la ley sea dura es mejor que exista porque, al fin y al cabo, es ley. La primera lectura de hoy va más allá y, por decirlo de alguna manera, tiene todavía una visión más positiva de los mandamientos. Dice: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar”.

La ley va unida a una promesa: la vida y la tierra. Una se mueve en el horizonte de lo temporal mientras que en la otra ya descubrimos latente lo eterno. Al mismo tiempo se señala que esos mandamientos son signo de sabiduría y de inteligencia. Un pueblo se define por las leyes que tiene. Lo mejor que se puede decir de una sociedad es que las leyes son justas y contribuyen al bien común de todos los ciudadanos. Así son los mandamientos de Dios, justos y ordenados al bien del hombre.

Vistos desde fuera parecen una carga pesada. Y no cabe duda de que no nos es fácil cumplirlos. Para ello necesitamos de la gracia de Dios. Sin embargo, el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios hace feliz al hombre. Dios nos da leyes pensando en nuestra vida. Si bien considerados fríamente pueden parecernos excesivos, la primera lectura apunta, al final, una clave para mejor aceptarlos. Dice: “Pero, cuidado, guárdate bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos”.

Lo que en abstracto se vuelve difícil de explicar y de aceptar encuentra luz cuando lo miramos desde el prisma de la historia.¿Quién puede negar la felicidad y alegría de corazón que ha experimentado al guardar los mandamientos? ¿Quién no puede decir que, aunque le cueste, es más feliz y dichoso cuando es fiel a lo que Dios le pide?

Porque si toda ley, para ser justa, ha de buscar el bien, los mandamientos de Dios buscan de forma efectivísima el bien de los hombres y, por tanto, no sólo cumplimos lo que Dios nos manda sino que nos alegramos al hacerlo. Los mandamientos son proporcionados al deseo del corazón del hombre y ayudan a que podamos ser plenamente felices.

En nuestra sociedad no está de moda mandar ni obedecer. Existe una idea de autonomía según la cual cada uno debe encontrar por sí solo el camino de la felicidad. Se admiten ejemplos, pero no maestros. Dios es aceptado si permanece silencioso, pero estorba que tenga nada que decirnos. Nosotros no podemos negar el bien que nos hace conocer los mandamientos. Gracias a ellos nos es más fácil caminar por la vida, apartándonos de lo que es contrario a nosotros y buscando aquello que es bueno. ¡Gracias Señor por tus mandamientos!

Que la Virgen María nos ayude a acoger en nuestro corazón las enseñanzas del Señor y nos acompañe para que podamos ponerlas en práctica.