16/03/2007, Viernes de la 3ª semana de Cuaresma.
Oseas 14,2-10, Sal 80, 6c-8a. 8bc-9. 10-11ab. 14 y 17, san Marcos 12, 28b-34

Nos pasamos la vida ocupados en múltiples cosas y corremos el peligro de descuidar lo más importante. Cuántas veces lo urgente nos priva de lo esencial. Sin embargo, nuestro corazón no se conforma con eso. Podemos engañarlo un poco, pero a la larga la farsa queda al descubierto. Estamos hechos para Dios y, sin amor, no somos nada.

El escriba hace una pregunta osada al Señor. Tal y como se desarrolla la conversación no podemos dudar de que actuaba con rectitud de intención. No descubrimos en él un mero interés retórico ni una discusión intelectual. Ese es un primer paso que le merece un elogio de Jesús: “No estás lejos del reino de Dios”. Quizás eso es lo primero, plantearse de verdad las cosas, sin frivolidades.

Muchas veces discutimos en qué consiste la felicidad. Todos decimos buscarla pero nadie arriesga nada en su pregunta., Si de golpe se nos hiciera evidente la respuesta seguiríamos sin movernos y expectantes de que la discusión siguiera para no tener que movernos. El escriba preguntó sinceramente. Sabía que ahí se lo jugaba todo. Quería saber cuál era el mandamiento más importante para intentar cumplirlo.

El mandamiento tiene dos partes: amar a Dios y amar al prójimo. Santa Catalina de Siena comenta, refiriéndose a la promesa del Señor de que donde hay dos o más reunidos en su nombre que Él estará con ellos, que ahí el Señor se refiere a estar con la actitud de amarle a él y a los demás. Entiende a los dos considerando a cada persona en la disponibilidad de guardar el primer y principal mandamiento. Entonces, cuando es así, podemos decir que estamos reunidos en su nombre. Si falta la caridad ninguna multitud, por grande que sea, es capaz de hacer presente al Señor. Pero donde hay amor Dios está presente.

El tiempo cuaresmal nos invita a hacernos preguntas verdaderas. A partir de ellas es posible el cambio interior. Eso supone tomarse en serio la propia vida espiritual; dejar de verla como algo secundario y afrontarla totalmente en serio. Así lo hace el escriba. Su pregunta, traducida a nosotros, dice: ¿qué es lo más importante de mi vida? ¿Dónde debe estar el centro de todo lo que haga? ¿Qué es lo que no debe faltarme?

Puestos delante del Señor hemos de ser capaces de preguntar aquello que ya sabemos. El escriba conocía ya la respuesta del Señor como vemos en el diálogo. Pero necesitó confirmar ante el mismo Hijo de Dios lo que ya sabía. Así obtuvo una certeza más grande y, unida a ella, la fuerza para ponerse en camino. Eso lo logramos en la oración. Muchas veces no salen temas nuevos sino que volvemos a lo que ya hemos contemplado o meditado muchas veces. No importa. Porque la experiencia de la oración no es sólo lo que vemos sino también el afecto y los propósitos que surgen de nuestro trato con el Señor.

Virgen María, ayúdanos a dialogar con el Señor, y que en nuestra oración aparezcan los temas verdaderamente importantes para nuestra vida espiritual.