21/03/2007, Miércoles de la 4ª semana de Cuaresma.
Isaías 49,8-15, Sal 144, 8-9. l3cd-14. 17-18, san Juan 5, 17-30

Tan cerca estamos de la Pascua, tan poco camino resta para volver a Dios, que, si no apartamos nuestros ojos de la Puerta que al final del camino se divisa (de la Cruz), escuchamos ya la voz de nuestro Padre, que nos espera alborozado: «Miradlos venir de lejos (a nosotros se refiere), miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros del país de Sin»… Y, dentro de casa (de «nuestra casa»), la fiesta: «Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados».

El camino, quizá, se ha hecho largo. Al comenzar aquella primera semana de Desierto, hicimos juntos propósitos de penitencia y conversión. Puede que hayamos perdido fuerza, y muchas de aquellas intenciones hayan quedado atrás. Hoy te invito a retomarlas, a recomenzar, a apretar el paso en pos de Jesús camino del Calvario, porque esa voz que nos llama desde el otro lado de la Cruz suena a hogar:

«¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré»… ¿Será verdad? ¿Estaré yo escuchando a todo un Dios gritar que me echa de menos, o será un espejismo en este árido desierto? Sé que es verdad. Sé que a causa de mis pecados me alejé de Él, y, desde entonces, Dios me echa de menos. Sé que Jesús Crucificado, a quien no quiero dejar de mirar, es Dios echándome de menos. Puesto que, como el hijo pródigo, fui yo quien me marché, debería yo sentir nostalgia de Él… y así sucede, aunque menos, ay, de lo que debiera… Pero es Dios quien siente nostalgia de mi; es Él quien está loco de contento mientras me ve acercarme al Calvario, a la puerta de su Casa… Y yo no quiero fallarle esta vez también. Tú tampoco, lo sé. Tenemos que apretar el paso.

«No os sorprenda que venga la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz»… ¿Ves? Íbamos tú y yo hablando por el camino, y Jesús, que va delante, nos ha escuchado. Ha girado su cabeza, y, clavando en nosotros su mirada cariñosa, mientras sus ojos brillan a través del sudor, con sus palabras confirma nuestro coloquio de caminantes: «Es cierto, esa voz que escucháis detrás del Madero es la voz de mi Padre. Os echa de menos a vosotros, y me echa de menos a Mí, con una misma lágrima que habréis de ver pronto en mi Rostro. Y, aunque vosotros, muertos a causa de vuestros pecados, no podíais escuchar su llamada, no os sorprendáis si ahora le oís a Él; nos os sorprendáis si escucháis a los ángeles en fiesta… porque lo hacéis con mis oídos.» «Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de Vida»… Y, tras esta última amonestación del Maestro, he resuelto caminar un poco más deprisa, hasta la cabeza del grupo, para coger la mano de María (que ha «hecho el bien»), y no volver a soltarla, aunque la empape con mis sudorosas palmas. Así, cruzada la Puerta, amaneceremos en la prometida «resurrección de Vida», en «casa»… ¡Venga, no te quedes atrás!