25/03/2007, Domingo de la 5ª semana de Cuaresma.
Isaías 43, 16-21, Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 , Filipenses 3, 8-14, san Juan 8, 1-11

Se ha derramado mucha tinta intentando responder a una tentadora pregunta: ¿qué escribía Jesús con el dedo en la tierra? Entre las respuestas que han llegado hasta nosotros, procedentes de los santos y los padres de la Iglesia, destacan dos: una de ellas dice que Jesús escribía los pecados de aquellos fariseos; la otra, que Jesús dibujaba en el suelo la Cruz… Pero ninguno de quienes lo han dicho estaba allí para leerlo. Son respuestas didácticas, piadosas. Pero la verdad es que no sabemos lo que escribía Jesús. Es una pregunta tan incontestable como la de la higuera de Bartolomé. ¡Algo tenía que quedarnos para el cielo! (por mi parte, primero preguntaré lo de la higuera; desde hace años me corroe la curiosidad).

Lo que sabemos es que Jesús escribía, con el dedo, en tierra. Que, mientras aquellos fariseos, puestos en pie, vociferaban, juzgaban, acusaban, y condenaban, el Señor se ocupaba en otra cosa: se agachaba, callaba, y arrastraba su dedo por el polvo. Sabemos que, mientras el Sanedrín entero, puesto en pie, condenaba a muerte al Hijo de Dios, Jesús se postraba por entero y mordía, no ya con su dedo, sino entregados cuerpo y alma, el polvo de la muerte. Sabemos que, mientras los hombres nos acusamos unos a otros, murmurando sin piedad en las conversaciones, escribiendo con crueldad en los periódicos, pensando sin misericordia en nuestros hermanos, Dios mismo calla, se agacha, y con su Dedo de carne, Jesús de Nazareth («con el dedo de Dios expulso yo los demonios» -Lc 11, 20-), escribe en la Tierra Sangre de perdón para los hombres… Y, por saber, sabemos que, tras un misterioso silencio, se irguió Jesús con poder y acusó a quienes condenaban hasta hacerlos enrojecer y expulsarlos de su presencia. Sabemos que, al mismo que veremos callar en una Cruz, le veremos alzarse resucitado mientras sus enemigos se dispersan. Sabemos que, tras el sagrado silencio de este tiempo, volverá como Juez y hará callar a quienes ahora condenan a sus hermanos hasta arrojarlos a las tinieblas exteriores.

También sabemos que aquella mujer temblaba, porque le habían adjudicado un Defensor cuyo alegato era el silencio, y sólo a los acusadores se escuchaba. Sabemos que muchos hombres, ante la aparente victoria del mal y el misterioso callar de Dios, se asustan y se tambalean en su fe… Y, por saber, sabemos que, levantado Jesús de su postración, quedó a solas con Él la pecadora, y fue tratada con misericordia. Sabemos que no habrán de juzgarnos los hombres, sino un Hombre que nos ama hasta haber entregado su vida por nosotros. Sabemos que, si no nos retiramos de su lado, escucharemos las mismas palabras que oyó pronunciar aquella mujer: «Tampoco yo te condeno»… Sabemos que la Mujer más inocente y limpia, la Virgen María, es llamada «Refugio de los pecadores».

Sabemos mucho, y todo cuanto sabemos es consolador. Pero, lo que Jesús escribía con el dedo en la tierra, eso no lo sabemos…